Una noticia -cómo decirlo- embarazosa ha venido a romper el prolongado silencio invernal en torno Irwin, aquel ciclista nudista que puso Donostia en el mapa de España o, al menos, en el de ‘España Directo’.

Irwin fue condenado el pasado 24 de junio por un tribunal de París a año y medio de cárcel por agredir sexualmente a su hijo, de 15 años. No consta si el hijo compartía afición -ciclista- con su padre. La sentencia le inhabilita también por un período de diez años para cualquier actividad profesional en contacto con niños, lo que en la práctica supone su exclusión de la política activa, entre otros vetos.

Esta información confirma lo que ya todos los lectores del Sirimiri sabían: cualquiera que se pasee desnudo por las calles sólo puede ser un depravado y si encima lo hace sobre una bicicleta, mucho más. Añadiremos uno de cosecha propia: cualquier lector de libros de autoayuda -e Irwin lo era con la fe del converso- oculta un degenerado en su interior.

En todo caso, la revelación se produce en un clima de sospecha generalizado y a escasas horas de que arranque la campaña electoral propiamente dicha: alguien trama algo contra Kalapie y la Unión Nudista, este último, partido bisagra donde los haya. Rajoy, por su parte, aún no se ha pronunciado. A decir verdad, ni se espera que lo haga.

Y es que no deja de resultar extraño que los largos meses de omnipresencia mediática de Irwin hayan coincidido con un silencio judicial absoluto para que ahora nos vengan con éstas.

Tal opacidad ha permitido incluso que se reclamara para el popular nudista ese Tambor de Oro que finalmente recayó en la Donosti Cup, paradójicamente también relacionada con el mundo de la infancia, aunque en un tono definitivamente mucho más sanote.

Su prolongada ausencia de nuestras calles no apuntaba nada bueno. Ni siquiera compareció en tamborrada alguna el día de San Sebastián. Ahora sabemos por qué.

Lo peor es que nos hayamos tenido que enterar de esta forma, cuando lo propio hubiera sido que toda esta información hubiera salido a la luz en el marco de la entrada de Irwin como concursante en alguno de nuestros mejores ‘realities’ televisivos. Una pena.