El periódico trae hoy muchas noticias malas y una deprimente: el pensamiento positivo está en auge. A pesar de que la realidad, y no el desodorante, es lo único que te acompañará durante todo el día, aumentan los partidarios de negarla.

Y es que al socaire del derrumbe de las doctrinas que apostaban por transformar la realidad, crecen las seudo-disciplinas que apuestan por alterar su percepción. Recurrir al ‘coach’ es lo mismo que darse un toque con la colonia de los seductores, pero en versión mejorada ya que encima permite al usuario creerse muy espiritual.

Aunque parezca mentira, aún es necesario recordar que sentirse atribulado, confundido, alienado, agobiado, colapsado, hundido o abrumado sólo son formas de estar vivos, y que no saber qué decisión tomar o sentirse aplastado por la responsabilidad son episodios tan inevitables como envejecer un poco cada día.

Sin embargo, para el ficus pusilánime en el que se ha convertido el hombre moderno, cada disturbio es a la vez síntoma de una patología difusa y prueba de la imposibilidad de estar a la altura de los acontecimientos. El objetivo confeso del pensamiento positivo es alcanzar la paz perpetua por medio de la calma fisiológica y mental; el inconfeso, hacer de oro a sus apóstoles pulsando las debilidades del cliente.

El pensamiento positivo no es lo contrario del pensamiento negativo, sino del pensamiento lúcido. En realidad, su margen de maniobra es estrecho porque lo único seguro es que todos vamos a morir. Mientras tanto, búsquese un trabajo honrado e intente mantener el decoro.