La ciudad que ha visto a un ejército de artistas estadounidenses de todas las disciplinas artísticas en las suites de nuestros mejores hoteleles posicionarse a favor y en contra de la Administración Bush, la que saluda calurosamente a músicos, escritores o directores de cine marroquíes -olvidando siquiera por un momento al sufrido pueblo saharaui-, la Euskal Hiria que ni parpadea ante los conciertos, no ya de Miguel Bosé, sino incluso de Diego El Cigala o -digamoslo ya- de monstruos como Raphael, verá mañana y pasado cómo un grupo de ciudadanos protesta contra las actuaciones de la cantante israelí Noa en el Victoria Eugenia.

Vaya por delante que si ésa es la respuesta “nacional y de clase” que los sectores más concienciados del pueblo vasco van a dar a lo que ellos mismos consideran “genocidio”, “guerra de exterminio” y otras enormidades, habrá que concluir que estamos ante una especie de efecto mariposa invertido.

Hay quien esgrime como argumento la carta abierta que la cantante hizo pública el pasado mes de enero, aunque lo cierto es que ya fue objeto de otro boicot en abril del pasado año, con motivo de una actuación en Tolosa. Ahora como entonces, habrá que recordar que estas protestas no son herederas del boicot a la Suráfrica del ‘appartheid’, sino de las prácticas del exilio cubano de Miami contra los artistas de la isla que osan actuar en Florida.

Cuando el origen de alguien constituye un problema para quien se
proclama de izquierdas es que algo va mal. En el caso de Noa, no se le
acusa de bombardear Gaza, sino de pertenecer a un estado que sí lo
hizo. La aplicación extensiva de este paradigma al resto de los
artistas convertiría el planeta en un lugar aún mucho más inhóspito.