La Real, ese equipo que en su primera temporada en la División de Honor ya ha conseguido jugar casi todos los partidos en lunes, vestirá de Nike a partir del próximo 1 de julio, merced a un acuerdo que sólo se entiende a la luz del neocapitalismo globalizador.
Si la decisión de la marca estadounidense de apostar por equipos especializados en debatirse entre si hay que luchar por los puestos europeos o es preferible amarrar antes la permanencia se extiende a otros clubes, estaríamos ante un ejemplo de manual a la hora de explicar en las facultades de Económicas cómo explotan las burbujas económicas.
En cualquier caso, hay que saludar este acuerdo entre el club blanquiazul y la marca deportiva como lo que realmente es: la unión de dos empresas llamadas a encontrarse en torno a una filosofía basada en el trabajo de cantera desde las categorías infantiles y a las que no les tiembla el pulso a la hora de recurrir a refuerzos puntuales de fuera, la una mediante fichajes puntuales, la otra mediante subcontratas masivas.
Si en estas circunstancias no otorgan la Capitalidad Cultural Europea a una candidatura basada en la necesidad de una educación en valores es que no había nada en este mundo capaz de lograr la designación. Por otra parte, sólo a un sinsorgo como Sabino Arana se le podría ocurrir diseñar una bandera tan colorida que difícilmente admite la inclusión de logos comerciales.
La Real es un equipo en edad de crecer, lo que significa que debe renovar permanentemente su vestuario. Estamos hablando de ingresos y gastos. Por otra parte, cada vez que un aficiado realista se compre una camiseta blanquiazul no debería preguntarse qué manos la han fabricado, sino hasta qué punto su actual cuerpo es compatible con el atuendo futbolístico. Colocados en el trance de elegir entre ética y estética, intentemos asegurar al menos una de las dos.