Si España encabeza la lista de países de la zona euro en los que más billtetes de quinientos circulan no se debe exclusivamente a su arraigada tradición en materia de chancullos y corruptelas, sino a la robustez de su fe católica.
El robo de un millón y medio de euros de un convento de clausura de Zaragoza, que en esta España invadida por el laicismo agresivo será interpretado como una prueba irrefutable de la existencia de un dios justo, invita a especular sobre el capital acumulado en templos, conventos y lugares de recogimiento, precisamente en estos tiempos en los que bancos y cajas superan entre jadeos y taquicardias las pruebas de estrés a las que les somete Bruselas.
Al parecer, mientras algunas órdenes religiosas permanecen aún ancladas en sectores obsoletos como el de postres y dulces, la pequeña comunidad ahora saqueada había optado por diversificar sus áreas de negocio.
En concreto, la superiora había descubierto en sus filas a una de esas monjas cuya mano derecha ignora lo que hace la izquierda y con una de las dos -la Policía trabaja ya en exclarecer cuál de ellas- se dedicaba a pintar lienzos que se cotizaban a unos 20.000 euros en el mercado del arte, ese territorio tan propicio para los milagros.
Si el estilo de la monja artista se encuadra en lo que los expertos han dado en llamar “realismo trascedente”, una escuela que tiene en Almodóvar a uno de sus mejores discípulos, el robo puede considerarse como una obra maestra de la llamada “justicia poética”, siempre a la espera de que concluyan las pesquisas policiales. De hecho, cuesta imaginar un escenario peor que aquél en el que el culpable fuera un pobre, solo o en compañía de otros.
Las monjas comparten con el resto de los mortales la creencia en que el Altísimo utiliza billetes de quinientos para la realización de sus designios, un dogma común a cualquier otra religión monoteísta. De ahí que los acumularan en tal cantidad, en lugar de invertir el capital en ‘valores refugio’, quién sabe si escaldadas por experiencias anteriores como el caso Gestcartera. Destaca también la ausencia de obras de Damien Hirst o Jeff Koons en el convento.
En lo que constituye sin duda una maniobra de despiste, los inspectores ya han adelantado que sospechan de los suministradores del cenobio y de los clientes del servicio de encuadernación de las hermanitas, un personaje que remite inevitablemente a ‘El nombre de la rosa’.
Sea quien sea el autor del robo, está claro que hubiera sido imposible su comisión sin la participación, al menos en grado de complicidad, del Ángel de la Guarda y, lo que es peor, de Aquél que Todo Lo Ve. Otra cosa es que haya pruebas para procesarles, cosa improbable ya que trabajan con los mejores bufetes de abogados.