Ahora mismo, haría falta una catástrofe de dimensiones incalculables -como que el Gobierno rebajara el límite de velocidad a los 100 km/h- para desbancar de las primeras páginas de los periódicos digitales las noticias relativas a Libia que, a su vez, han desplazado a las relacionadas con la situación en Japón.
Internet lo ha democratizado todo, incluso el zapping, convertido ahora en una herramiento bidireccional en la que no sólo el usuario puede cambiar de canal, sino que incluso el canal puede cambiar de usuario. Así, una de las experiencias más emocionantes que se pueden vivir ahora mismo en directo es presenciar en tiempo real cómo una página web reemplaza el escape radioactivo de Fukushima por la noticia de un crimen en Azpeitia.
La esperanza de vida de una noticia no se cifra en su extinción por desinterés, sino en el agotamiento de todas las opiniones que se puedan verter en torno a ella. El proceso se inicia con la concienzuda ignorancia de la información para, a continuación, emitir un juicio de valor. A continuación, pasamos a otra cosa porque opinar equivale empezar a olvidar.
Nunca estuvimos mejor desinformados. Hemos llegado a un punto en el que la correcta interpretación de las informaciones, requiere de una segunda y hasta una tercera lectura.
Por ejemplo, el hecho de que el Gobierno japonés haya abierto la puerta de la central nuclear tumefacta a los jubilados que, en razón de su edad tienen menos posibilidades de desarrollar tumores cancerosos, nos dice más sobre la gravedad de la situación que las prolijas explicaciones de cualquier catedrático en energía atómica, por cuanto creíamos que en Japón estaba prohibida la eutanasia activa. Por otra parte, el hecho de que aún no hayan echado mano de los fumadores para las tareas de extinción de los reactores averiados apuntan a que la situación todavía no es desesperada.
Idénticos parámetros se pueden aplicar a la observación de la crisis económica. Gran Bretaña planea garantizar en dos años el permiso de residencia a los inversores extranjeros cuya fortuna ascienda a 10 millones
de libras, mientras que en el caso de aquéllos que sólo posean 5 millones deberán
esperar tres años.
La medida introduce un cambio de criterio en la doctrina “yo no soy racista, pero…”, basada hasta ahora en que no había problemas con el color de piel del inmigrante siempre que venga a trabajar. A partir de ahora, se preferirá que venga a invertir.