El cibervertedero anónimo que hoy en día conocemos como opinión pública ha recibido con júbilo la noticia de que Chillida-Leku permanecerá definitivamente cerrado al público. Mejor aún: los herederos del escultor, enfrentados a los rectores políticos, han conseguido acaparar en régimen de exclusiva el papel de villanos de la película, una proeza al alcance de muy pocos.
Seguramente se debe al extendido convencimiento de que la familia pretende vivir a cuenta del legado del patriarca, una práctica que en el ámbito empresarial se saluda como la continuación de una estirpe, pero que resulta imperdonable en el mundo de la cultura, siempre sospechoso de encubrir algún tipo de actividad intelectual.
Para tranquilidad de todos, hay que reconocer que la hipotética venta al por menor del patrimonio artístico acumulado por la familia permitiría que los bisnietos de los actuales nietos permanecieran al margen del mercado laboral, incluso en el caso de que el clan mantenga su actual ritmo reproductivo.
Con una clase media cuyo sentido del gusto ha sido degradado hasta llegar a la pulsera del ‘todo incluido-, sólo los últimos focos del decoro impedían expresar en voz alta el pensamiento mayoritario: “Total, si sólo son unos hierros retorcidos”, variante de la popular “esto lo hace mi hijo de cuatro años”.
El cierre de Chillida-Leku nos libera de tradiciones tan engorrosas como la de llevar a todas nuestras visitas al Peine de los Vientos, con el consiguiente riesgo de que a continuación quieran más y nos arrastren hasta el museo de pago instalado en Zabalaga. ¿Para qué abonar una entrada por contemplar unas obras si hay otras parecidas totalmente gratis?
En cuanto a las instituciones públicas culturales, se ahorrarán, no sólo infinitas explicaciones -muy lesivas en precampaña electoral-, sino 80 millones de euros, justo ahora que nuestro tejido industrial se tambalea y el mundo del fútbol bordea el estado de necesidad, con estadios a medio construir y pistas de atletismo pendientes de algunas actuaciones contundentes.
El museo de Hernani no se cierra por la torpe gestión familiar, ni a causa del desdén de los políticos, sino porque desde el día de su apertura estaba por encima de nuestras posibilidades. Culturales, por supuesto. La supervivencia de Chillida-Leku hubiera corrido a nuestra cuenta, pero el cierre será a nuestra costa, si es que hay algo de cierto en todo eso de que aspiramos a ser un país.