El Twitter celebró ayer su primer lustro de vida, pero como el de las redes es un mundo efímero ya hay numerosos testimonios teóricos en torno a su agonía, con lo que urge buscar alguna otra novedad aún más innovadora que ocupe su lugar.
Por de pronto, hemos conseguido que la expresión ‘no tengo habilidades sociales’ deje de significar que no sabes de qué hablar con un desconocido en el ascensor, sino que careces pericia en el manejo de la barra de herramientas.
Quienes sostienen que las conversaciones en Twitter se asemejan a las que se pueden escuchar en un bar tienen toda la razón. La ventaja principal radica en que el invento te permite llevarte la tasca al trabajo por cuanto tuitear es una actividad que se desarrolla estrictamente en horario laboral.
En cuanto a las ventajas, son innumerables. Twitter no sólo te permite relacionarte a corazón abierto con gente interesante sin pagar el peaje de conocerla pesonalmente, sino que además nos da la oportunidad de ofrecernos al consumidor bajo nuestro formato más brillante, tremendamente impostado, sí, pero desde la sinceridad. “Sé tu mismo” ya no es un consejo, sino una plegaria.
Y es que el reto no estriba en expresar eso que tan urgentemente tenemos que comunicar al mundo en tan sólo 140 carácteres, sino en no utilizar ni uno solo menos, sin que se note que hemos inflado el mensaje con rellenos.
En esta especie de calle interminable -por la que lo mismo pululan
candidatos electorales que directores de periódico, por no hablar de comunities managers letales de necesidad-, se ha generado ya más aparato teórico que en siglos de imprenta, hasta el punto de que no sólo existen ya disponibles en internet manuales para curarse la adicción, sino que incluso hay quien asegura haber alcanzado la felicidad absoluta en su propio avatar.
Desde su creación hace cinco años, no ha habido noticia, rumor o patraña que, reducida a su forma más sintética, no haya pasado por la red social. Ahí radica la clave de su éxito. El primer mensaje fue “configurando mi twttr”y lo emitió un tal Jack Dorsey. Ignoramos quién escribirá el último, pero ya sabemos con total exactitud qué es lo que dirá: “¿Todavía estáis ahí?”