La descomunal bibliografía que ha generado la degradación moral de la sociedad vasca durante las largas décadas de actividad de ETA contrasta poderosamente con la autocomplacencia con la que la sociedad española contempla su actuación -y la de sus legítimos representantes democráticos- durante esos mismos años.
Ahora, la filtración de las supuestas actas que el tal ‘Thierry’ redactó al hilo de sus reuniones con los representantes gubernamentales -en cualquier caso, infinitamente más reveladoras y, sobre todo, más entretenidas con cualquier antología de sus comunicados- nos coloca ante una nueva entrega de cieno químicamente puro. Sirva como ejemplo ilustrativo el enorme berrinche que el interlocutor gubernamental se llevó al enterarse de la detención de un supuesto miembro del aparato que recaudaba el ‘impuesto revolucionario’.
Durante todo este tiempo, en el que según la versión oficial “la sociedad vasca miraba para otro lado”, hubo episodios chuscos de ‘guerra sucia’ -en los que se mezclaba contratos mercantiles por obra a mercenarios franceses con las audaces apuestas bingueras de Amedo-, extrañas muertes en comisaría, cierres preventivos de periódicos -al parecer, alguno sin sustento legal y envuelto en sospechas de torturas- y supuestos ‘chivatazos’ a etarras por parte de funcionarios públicos. Cabe preguntarse hacia dónde han mirado durante todo este tiempo aquellos íntegros electores que no forman parte de la -por otro lado, sin duda, tan enferma como todas las demás- sociedad vasca.
En el transcurrir de las décadas, todo esto ha generado entre inmersiones colectivas en la más absoluta indiferencia y arrebatos de indignación, según la caracterización de cada período pre-electoral. Así, a día de hoy todavía hay quién está convencido de que los GAL pertenecen a los años noventa, cuando en realidad datan de diez años antes. Por lo demás, todos los implicados están ya en libertad, conservan su condición de caballeros y hasta alguno se equipara con un jarrón chino que no se sabe dónde colocar, sin que a nadie se le ocurra insinuar siquiera que quizás la respuesta correcta sería “en prisión”.
Las actas de ‘Thierry’ nos devuelven al ambientazo que adorna todo fin de época: lamentos por las actuaciones judiciales, promesas incumplidas, apelaciones a la autonomía del Duque de Ahumada y otros chanchullos incalificables que ayudarán -o no- a lubricar el cambio de gobierno. La democracia se basa en la alternancia en el poder, una vez que ya se ha envilecido hasta el tuétano.
Que el sospechoso de encontrarse detrás de buena parte de estos episodios sea el mirlo blanco sobre el que pivotan todas las esperanzas socialistas de conservar el poder prueba hasta qué punto es infinita la confianza de los políticos en que su propia podredumbre vaya acompañada de la del electorado. Al fin y al cabo, uno nunca se degrada en soledad, sino en compañía de otros.