A 11 de julio de 2011, la banca española y las rentas más altas deben estar ya de los nervios, presa del desasosiego que te produce saber que estás en el objetivo, no sólo de la nueva wii de nintendo #spanishrevolution, sino de Alfredo Pérez Rubalcaba, el ex corredor de relevos.
El ya ex ministro del Interior es el hombre designado por su partido para convertirse en el primer candidato que pierde unas elecciones contra Rajoy. Alfredo, perfilado por los periodistas políticos como el más astuto entre los astutos, lógicamente aún no lo sabe.
Su teoría es que el PSOE aún puede llegar a los diez milones de votos en los comicios, ya sean éstos en marzo, ya sean en otoño. Su audaz propuesta se basa en que también hubo gente capaz de invertir en Nueva Rumasa -y aún habría de haberla si surgiera una tercera-.
Cuenta además con sus dotes para la hipnosis, que le han permitido subyugar a los periodistas del Congreso incluso durante toda una legislatura nefasta. Su método es sencillo: se trata de ponerse didáctico apelando al niño que todo periodista lleva dentro. Hasta el tertuliano más avispado sucumbe ante un 2 + 2 = 4, dicho en tono de confidencia personal.
El doctor Alfredo y míster Rubalcaba esperan hacer lo propio con los ‘indignados’, ya en trance de acampar en las playas del litoral español, paradojas de un movimiento nacido en una Plaza llamada la del Sol.
No obstante, como la revolución no es tanto una acción como un estado de ánimo, Rubalcaba promete que arremeterá contra los bancos que le financiarán la campaña electoral. El sector financiero, que tan sólo teme que una junta de accionistas caiga sobre sus cabezas, ya le han respondido que “joé, que vaya carácter”.
Rubalcaba está decidido plantarle la batalla a Rajoy en su propio terreno, esto es, en la inacción absoluta. Su promesa de que no prometerá nada que no pueda realizar -una frase con forma de cinta de Moebius más fascinantes- puede ser considerado ya como el primer microrrelato veraniego de este año.