El calentamiento global no está reñido con el enfriamiento local. Desde que en el hemisferio norte empezó el verano, las temperaturas se han desplomado debido a la pérdida de confianza de los mercados en la meteorología, reducida a un monótono sistema binario en el que las previsiones se reducen a adivinar si hará un tiempo otoñal o simplemente uno invernal.

Todo este fenómeno está dejando en evidencia a los negacionistas del cambio climático. Éste se ha producido, si bien es cierto que no en la dirección prevista. La mutación ha sorprendido a los expertos en climatología impartiendo cursos de verano ante un alumnado en chubasquero al que, pese a todas las evidencias, insisten en instruir en en el correcto uso de cremas protectoras factor 40, en lugar de ilustrar sobre las prestaciones de buen paraguas chino.

No disfrutábamos de un verano tan intempestivo desde el pasado mes de enero. Expresiones de toda la vida, como “esto son cuatro gotas” o “parece que quiere levantar” se han convertido en un anacronismo de lujo. En cuanto a “esto va a acabar en galerna” ya es tan sólo una forma de expresar la nostalgia. Y qué decir de la polemica sobre los toldos, que vista con la perspectiva que da el paso del tiempo, se antoja una variación del cuento de los calvos que se pelearon por un peine.

El fenómeno abre las puertas a múltiples lecturas políticas. De hecho, con Odón languidecía la iluminación navideña, también pero las temperaturas estivales invitaban al solaz playero. Con Bildu ha llegado la inestabilidad barométrica, todo un reto para el observatorio de Igeldo.

En efecto, los tiempos están cambiando y donde antes había anticiclón, ahora hay borrasca. De las suaves temperaturas y cielos despejados que cabría esperar de un
verano sometido a los rigores de un proceso de normalización no queda ni rastro.

El PSE podrá cambiar el mapa del tiempo, pero se ha demostrado que el clima es competencia exclusiva de la izquierda abertzale. Digámoslo claramente: Bildu se ha cargado de un plumazo el verano donostiarra, seguramente, por su raigambre monárquica y su aroma español.