A la muerte de Amy Winehouse el pasado sábado, su padre declaró que la cantante “era ahora más feliz que nunca”, mientras que la madre aseguró que dos días antes la había encontrado desencajada”. De la solidez de este malentendido, que con un poco de suerte se consigue sostener en el tiempo, se levantan las relaciones paterno-filiales.
Nadie desconoce mejor a un hijo que sus propios padres. A partir de cierto momento, el vínculo que se estable entre ambas partes es la misma que la de quien utiliza un microscopio para ver de lejos y un telescopio para observar de cerca.
Cualquier relación familiar sana pivota sobre el respeto a los espacios de ignorancia, esas zonas oscuras en las que el uno no sabe lo que siente o piensa el otro y si es algo sensato, procura no saberlo. La ruptura de este pacto tácito suele tener consecuencias desastrosas.
Cuando alguien halaga a otro diciéndole “has sido como un padre para mí” sólo está admitiendo que los dos supieron respetar su mutua condición de perfectos extraños. En cuanto a quienes sostienen que “sus padres son sus mejores amigos”, quizás estén confesando sin saberlo siguiera que la hondura de su soledad es abisal. Y si a esto añaden la frase “nos lo contamos todo”, sólo cabe esperar que los tres conserven aún intacta su virginidad.
Las declaraciones de los padres de Amy, contradictorias quizás sólo en apariencia, se complementaron con las de su médico, que aseguró haberla encontrado la víspera en buen estado de forma, las de su ex novio, que la había abandonado exhausto, y las de sus conocidos, que declararon haberla visto complar una macedonia de drogas bastante completa.
Seguramente todo es verdad y sólo la conclusión es falsa. No es que la vida carezca de argumento, tan sólo es que éste resulta fragmentario hasta el absurdo. Por eso cuando alguien habla de crear un relato común que pueda ser compartido por todos -y ya no estoy hablando de la cantante- transmite la inequívoca sensación de que no sabe lo que dice. Cada vez que uno intenta pegar los pedazos de lo que cree un jarrón chino acaba llevándose la desagradable sorpresa de descubrir que en realidad era tan sólo el cántaro que tanto iba a la fuente.
En cuanto a Winehouse, sólo un deseo: descanse en pub.