No hay izquierda más penosa que aquélla que, además de emplearse con saña en la aplicación de las medidas económicas conservadoras, hace
suyos sus argumentos en un intento de justificar la pirueta.

Que el partido que obsequió a todos los nuevo padres –sin
distinción de raza, religión o cuenta bancaria- con un chequé bebé universal de
2.500 euros descubra ahora con pasmo que hay quien se beneficia
fraudulentamente de las ayudas sociales produce ternura. No tanto que quiera
utilizar estos argumentos para empinar un poco más la cuesta que conduce a esas prestaciones.

Por desgracia, nadie
aplaudirá tanto las medidas restrictivas de Zabaleta -que penalizan a los emigrantes- como los preceptores locales de esas ayudas -en sus sueños, beneficiarios de los recortes-. Ésta es una pelea a garrotazos entre iguales.

El mecanismo mental que lo genera es el mismo que el que, a otra escala, lleva a unas comunidades autónomas a denunciar a otras por aplicar generosamente y durante años unas vacaciones fiscales a empresas en las que, por otra parte y una vez más, nadie detectó jamás fraude fiscal alguno.

Mientras tanto, los políticos se afanan por extender su propio desprestigio al resto de la sociedad. El descrédito ha de ser general, aunque paulatino. Ayer fueron los controladores aéreos; hoy, a los profesores; mañana, a cualquier asalariado con derecho a vacaciones pagadas; siempre, a los pobres, esos gorrones que viven como reyes, como si no tuviéramos ya nuestros propios monarcas.
 
Hemos pasado de ‘la propiedad es un robo’ a ‘toda ayuda es un fraude’. Ser pobre resulta muy sospechoso, aunque no tanto como no serlo. Lo que te convierte directamente en culpable es la percepción de
cualquier tipo de asistencia. Hemos llegado a un punto de cautela en el que ya creemos que detrás de cada vecino se puede esconder una maqueta a escala de Grecia.

Vivimos en un sistema formado por capas tectónicas un tanto propensas a los temblores. Ante cada nuevo seísmo, la Internacional Indignada nos absolverá de toda culpa alegando que somos meras réplicas, cuando en realidad somos
activos epicentros.