La vieja utopía social de llegar a ser lo que deseas también ha quedado trasnochada a manos de la redes sociales, que aún no te permiten cumplir tus sueños, aunque sí que cumplas los de los demás. En Twitter, red pelágica que arrastra consigo especímenes grandes y medianos, te puedes levantar de la cama como estudiante de Ingeniería y acostarte como estrella del porno. El caso de los falsos alumnos de Deusto ha resultado ser el enésimo ejercicio de ficción, pero para cuando ha llegado el desmentido ya carecía de importancia porque algún otro asunto lo había desplazado de la lista de trending topics. Entre una cosa y otra, al menos hemos aprendido una barbaridad sobre el funcinamiento de wifis y bluetooths.
La ficción imita a la realidad aunque sólo se para darle la vuelta. Los antecedentes de todo estoy se encuentran en la licenciada en Químicas Ana García Obregón y en el neurocirujano José Luis Moreno, por citar a a dos famosos que lo son por las razones equivocadas. El fiasco de Deusto, como las muertes de Ratzinger y Fidel Castro o las resurrecciones de Elvis, puede tener derivadas infinitas: nadie está en condiciones de garantizar que en el futuro no se difunda la noticia de que un numeroso grupo de prostitutas se ha matriculado en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra a fin de redimirse de sus pecados. Las nuevas tecnologías permitirán acompañar la información de sus correspondientes fotos, pixelizadas o no. La natural opacidad que rodea a la profesión más antigua del mundo hará difícil pulsar la desazón que la noticia podría sembrar en el sector. En el caso que nos ocupa, lo falso resultaron ser los alumnos, pero igualmente lo podían haber sido las propias fotos o incluso Deusto. Las posibles variables son casi infinitas.
Sostienen los ‘gurús’ de todo esto que las redes sociales han democratizado la comunicación, invirtiendo la ecuación clásica de los flujos informativos: ya no hay un emisor y muchos receptores, sino muchos emisores y un otros tantos receptores. El problema está en que algunos de los primeros mienten sin control ni repercusión. Queda el consuelo de que entre los segundos raros son los que se leen la noticia entera; a veces, 140 caracteres se pueden hacer interminables. Por decirlo en otras palabras: puestos en conexión, todos nos ignoramos a todos en igualdad de condiciones. En internet, verdades y mentiras comparten la misma esperanza de vida: entre 24 y 48 horas horas, en todo caso, muy por debajo de la de cualquier mosca.