Consciente de la trascendencia histórica del momento, intenté vibrar con el discurso de Iñigo Urkullu pero todo lo que conseguí fue averiguar cómo se sienten los jugadores de la Real cuando les anima la grada desde el otro lado de las pistas de atletismo. Los partidos de la oposición hicieron hincapié en lo inconcreto de las propuestas del candidato del PNV a la lehendakaritza, pero más intangible que su discurso, resulta el propio Urkullu, nadie encarnaría mejor al piloto de un avión no tripulado.

Quizás estuviera agarrotado. Los precedentes en este sentido no resultan muy alentadores. Garaikoetxea salió escopeteado de Ajuria Enea y del Partido -no recuerdo si en ese orden-; Ardanza convive con el epitafio que Xabier Arzalluz le ha dedicado en vida -“un idiota al que tuvimos que endiosar”- e Ibarretxe ha pasado a la historia como el hombre que introdujo la autoayuda en la política vasca, al punto de que el propio Urkullu reconoce abiertamente el enorme ejercicio de contención que se veía obligado a realizar a diario en pro de la convivencia y la bicefalia jeltzale.

El problema del actual Parlamento Vasco es que parece confeccionado con descartes. Urkullu parece estar ahí porque Josu Jon Imaz no pudo ser, Mintegi ejerce en ausencia de Otegi, nunca ha habido exlehendakari en la Cámara con menos esperanzas de regresar al cargo que López y Basagoiti se está despidiendo. En cuanto a Maneiro, es el único que puede considerarse a sí mismo como su mejor opción. Cuando escucho al inminente lehendakari decir que buscará el acuerdo entre diferentes, me resulta complicado sustraerme a la sospecha de que tendrá que buscarlos o dentro de su propio partido o fuera del Parlamento. En las bancadas de la oposición, sólo encontrará iguales a sí mismo y los polos del mismo signo se repelen.