1) Martin Berasategi: es mi primera opción todos los años, al margen de que ya tenga el galardón y no se pueda repetir. Que cambien el reglamento. Jamás se ha visto tamaña explosión de felicidad como la que el cocinero experimentó en su interior -o al menos transmitió en su exterior- cuando recibió el premio a toda una vida llevando por el mundo el nombre de San Sebastián, hasta dejarlo hecho jirones. Con Berasategi se funda una nueva dinastía de donostiarras de raigambre sevillana que en su exuberancia confiere a la celebración del 20 de enero un aire a Feria de Abril. En cualquier caso, sólo por escucharle una vez más que si le pinchas sangra en blanquiazul vale la pena cualquier cosa.
2) La paga de Navidad: me refiero a la de los funcionarios del Ayuntamiento. Quien iba a decirlo, un consistorio plagado de técnicos en desobediencia civil acata sin rechistar las directrices económicas de Rajoy. No hay mejor símbolo del trayecto recorrido por nuestra ciudad en los últimos años, ni prueba más elocuente de que nuestra apuesta por la convivencia va en serio. Frente a quienes ponen palos en las ruedas, abonando su sueldo íntegro a los trabajadores públicos, he aquí un paso en la dirección adecuada hacia la normalización, entendida como el proceso de homogeneizar todas las opciones políticas
3) Las pistas de atletismo: en una sociedad tan atomizada como la donostiarra, en la que todo proyecto -del Kursaal a Tabakalera, de los toros a la iluminación navideña- alumbra de inmediato un mínimo de treinta opiniones diferentes, la funesta instalación ha logrado unir al conjunto de la ciudadanía en lo esencial. Nada como la repulsa sin paliativos a las pistas concita semejante consenso, unanimidad podría decirse, y en estos tiempos en los que tan necesitados estamos de ilusiones colectivas y de utopías que ilumen el camino, es de agradecer.
4) El calentamiento global: gracias a este fenómeno que amenaza con dar al traste con la vida en el planeta, los donostiarras hemos alcanzado unas cotas de exotismo con las que hace poco ni nos atrevíamos a soñar. Ballenas, avispas asiáticas, medusas… Todo tipo de especies singulares arriban a nuestras costas e incluso al interior. Si el nacionalismo se cura viajando, no hay ciudadano más cosmopolita que el donostiarra, que se despierta cada día sin saber muy bien dónde está. Hoy mismo, 14 de diciembre, a una semana del invierno, estamos a 18 grados de temperatura. A la sombra, añadiría, si es que hubiera sol. El tufo es indescriptible.
5) Los salafistas del Tambor de Oro: que en pleno siglo XXI, inmersos en la sociedad del conocimiento, conectados con todo el mundo a un solo clic de distancia y patrullando a gran velocidad por las autopistas de la información, aún quede gente a la que le desvele quién acabará recibiendo este premio y que incluso haya gentes dispuestas a aceptarlo -sabiendo el trajín que conlleva- es prueba irrefutable de un amor a los colores que no conoce de prudencias ni cautelas.