Los buenos políticos se diferencian de los malos en que resultan más convincentes cuando mienten que cuando dicen la verdad. Mariano Rajoy inaugura una nueva dinastía en la que el candidato no logra resultar creíble ni siquiera cuando expresa exactamente lo que piensa.

“Es hora de trabajar más por menos”, aseguraba en una entrevista publicada este fin de semana, en una frase que recoge en esencia su programa electoral de riguroso corte maoísta”. No obstante, la imagen de desgana que transmite en cada una de sus intervenciones logra convencernos de que apenas terminó de pronunciar la frase, dio por concluida su jornada laboral.

Toda la historia de la teoría económica se condensa en esa oración, de una belleza sintáctica cegadora, con la que Mariano nos invita a emprender dócilmente el camino de vuelta al lugar del que salimos, un trayecto en el que nos cruzaremos con nuestros padres y no terminará hasta que alcancemos a nuestros abuelos. Al final de esta carrera, nos espera un cuenco de arroz en la oficina.

Despojados ya de toda la tradicional farfolla que servía de envoltorio a las propuestas laborales más reaccionarias, tales como “aumento de la productividad”, “movilidad geográfica”, “ayudas a la innovación” y “formación continua”, la derecha económica -entendida como el único espacio político en activo- expresa por fin sin complejos el hueso de su doctrina: trabajar más a cambio de cobrar menos.

Y quién más apropiado para transmitir este mensaje que el propio Rajoy, que dejó la indolencia del registrador de la propiedad y su descomunal salario, para someterse a los rigores de la lucha política, generosa en sueldos y dietas, pero sometida la escrutinio público.

Si fuera tenista, el líder del PP renunciaría al saque, a la espera de que su rival se derrotara a sí mismo a base de dobles faltas. Tanto si ZP reanuncia a presentarse a la reelección como si al final opta por hacerlo, su sucesor será Rajoy. Lo triste es que lo hará con el mismo programa electoral que ya enarbola el PSOE.