La radiación se dispara en Fukushima, la Unión Europea se apresta a rescatar la economía portuguesa, las fuerzas rebeldes avanzan hacia Trípoli al amparo de los bombardeos aliados y el eje rotatorio de la Tierra se desplaza unos diez centímetros.

Ante semejante panorama, irrumpir en medio del primer domingo de primavera para proponer una verificación “no formal” -tras el caso omiso que recibió como respuesta la petición de “verificación formal”- del alto el fuego tiene su punto surrealista.

En algún momento aún por determinar, ETA dejó de ser un serio problema el Gobierno español, sin haberse estrenado en tal categoría para el francés. En cuanto a la comunidad internacional, está lo suficientemente ocupada debatiendo en torno su propia existencia.

Si tampoco esta nueva propuesta obtiene respuesta positiva, puede que España y Francia queden como unos irresponsables, pero ETA va a parecer el típico loco de aeropuerto que abandona la cola de pasaportes suplicando que le sometan a un exhaustivo cacheo.

Como pasa en todo cuanto acontece en el País Vasco, nuestra primera y mejor opción es siempre hacer las cosas tarde pero mal. Hubo un tiempo en el que ETA condicionaba mediante palos y zanahorias la política española. Hoy, a duras penas lograr interferir ni en los momentos más volátiles de la vida política, esto es, las campañas electorales.

Mientras la ciudadanía adelantaba una hora sus relojes, ETA retrasaba una década su calendario. El décalage terminará siendo insoportable, una suerte de espagat espacio-temporal que acabará reduciendo a la izquierda abertzale a la condición de una anciana lista para estrenar su vestido de primera comunión.

Especialistas en exprimir hasta los límites del absurdo las cuatro palabras que habitualmente manejan, urge que los redactores de comunicados amplíen su vocabulario. De lo contrario, corren el riesgo de que terminen ofreciéndose para una verificacion de alto el fuego completamente casual e involuntaria.