Dentro de las inumerables paradojas que dejará como legado la Administración ZP, figurará la de que el Gobierno que aprobó la ley de dependencia acabó por convertirse en uno de sus beneficiarios.
En este caso, el reparto de papeles otorga a PNV -con la ayuda de CiU en fines de semana y festivos- la tarea de ayudar a que el Ejecutivo central lleve una vida lo más autosuficiente posible, dentro de sus limitadas posibilidades, una vez descartada la muerte digna por ser a estas alturas un objetivo inalcanzable.
La particularidad estriba en que frente a la cuestión de ‘¿quién cuida al cuidador’, en este caso las enfermeras celebran cada jornada laboral como si de un festejo único se tratara. Tras pasarse el día probándose los modelitos de la casa y viendo culebrones, rematan el día con un entusiasta: “Nunca me habían pagado tanto por no hacer nada”.
En extraña situación se encuentran también los familiares -en cuanto a herederos-, del enfermo, agrupados en el PP y mucho más preocupados de que los cuidadores terminen de dilapidar los ahorros del patriarca que de su estado de salud propiamente dicho. En tanto se dilata la agonía, los allegados ruegan al enfermo resignación, enseñándole desde el cariño folletos de varias agencias que organizan viajes sólo de ida a algunos centros en Suiza.
Lo más extraño es la propia exigencia de los populares en sacar de la cama del convaleciente a su próximo rival, un tal Rubalcaba. La pregunta es para qué quieren liberar al multiministro de sus obligaciones en un gobierno que necesita cuidados paliativos hasta para rascarse la zona cero, máxime cuando la medicina moderna demostró hace tiempo las dificultades que cualquier parásito encuentra para vivir en el interior de un cadáver.