En una sesión de investidura que ha despejado cualquier duda que pudiera existir sobre la compatibilidad entre masticar chicle, presidir la sesión y saltarse el turno de intervención de la portavoz del propio grupo juntero, el candidato de Bildu, Martin Garitano, ha sido elegido nuevo diputado general de Gipuzkoa.
No se puede decir que la dilatada sesión haya resultado didáctica desde el punto de vista político. Por un lado, los portavoces de la coalición vencedora en los comicios han invertido buena parte de su tiempo en explicar detalladamente que todas las nadas no son iguales, sino algunas son más grandes que otras. Garitano ha venido a reconocer que no tiene ni idea de qué va a hacer, pero ha insinuado que hará cuanto esté en su mano por enterarse lo más pronto posible.
Se le ha reprochado a su grupo la omisión de la palabra ETA. No es cierto. Desde Bildu, se ha apelado a un diálogo con el Gobierno. Se ha oído hablar de gente que asegura haber contactado con los muertos, pero de consumarse estas conversaciones estaríamos ante un nuevo paso en el campo del espiritismo: la charla entre fallecidos.
En cuanto al resto de los partidos, también han brillado con luz propia al explicar de forma prolija que el territorio afronta la necesidad de acometer proyectos estratégicos, urgentes desde su nacimiento, en tiempos ya remotos, pero ejemplos palmarios de parsimonia en su ejecución. En cualquier caso, todos ellos han dejado claro que, al menos en política, “estratégico” no significa nada cuando se enfrenta a “táctico”.
En cuanto a las coincidencias programáticas, también las ha habido. De hecho, todos sospechaban que sus rivales obedecían órdenes, bien de Madrid, bien del palco, hasta el punto de que cualquier extraño que haya presenciado la sesión habrá acabado pensando que Joseba Egibar es una criatura fascinante.
Ahora, Bidu exhibe una hegemonía política en el territorio como no se veía desde hace al menos cinco lustros – tiempos del PNV pre-escisión-. Tras acreditar su incapacidad para llegar a acuerdos entre diferentes, ahora Bildu afronta otros retos igual de apasionantes porque la democracia se basa en la alternancia en el poder, pero entendida no como el periódico cambio de siglas al frente de las instituciones, sino como las profundas mutaciones prácticas a las que te somete su ejercicio.