Hay que reconocer que puede que la cultura no nos haga mejores, pero nos homogeiniza una barbaridad. Por abajo, por supuesto. Es sumamente improbable que de ‘Sálvame’ emerja una obra de arte, pero Juan Alberto Belloch y Rosa Aguilar apenas han necesitado un ligero rasponazo para comportarse como Belén Esteban y Andreíta, respectivamente.
La designación ayer de la Capital Europea de la Cultura fue un acontecimiento a la altura de las circunstancias, dado que las opciones se reducían a elegir entre candidatas españolas, A partir de este dato, estaba claro que habría que interpretar el garrotazo como una forma de felicitación. Por otra parte, los insultos al ganador y las descalificaciones al jurado por parte de los perdedores sitúan el evento a la altura de nuestros más importantes -y mejor dotados económicamente- premios literarios.
Odón Elorza ya había cometido la osada pirueta de vincular estrechamente paz y capitalidad, pero ninguno de sus entonces homólogos en las ciudades rivales recriminó su atrevimiento. Ayer, cuando el jurado picó tan goloso anzuelo se abrió la caja de Pandora para dar salida a los rayos y los truenos.
La excusa fue Bildu, pero no es nada personal. Por expresarlo en otros términos, cualquier otra ciudad que hubiera ganado se hubiese hecho acreedora a los improperios del resto porque esto es España, un país viable, pero fallido.
Así, de haber ganado Córdoba se le hubiera acusado de acaparadora porque ya contó con cuatro culturas y aún quiere más; si se hubiera impuesto Segovia, se hubiera mencionado su gastronomía insostenible -basada en el exterminio masivo de cochinillos- y de haber vencido Zaragoza, se le hubiera reprochado que su Expo del agua no impidió que Belloch se dejara el grifo del hotel abierto. En el caso de Donostia, quienes lamentan que todo esto haya ocurrido con Bildu en el Ayuntamiento deberían consolarse pensando que dentro de cuatro años quizás sea Sortu quien ocupe mando en plaza.
España está formada por diecisiete comunidades autónomas articuladas como otros tantos agravios comparativos. La primera regla es que el club de la lucha no existe y en este punto, hay que destacar que España es uno de los mejores. Quizás algún amable lector polaco podría ilustrarnos en torno a los insultos y descalificaciones con los que Cracovia, Varsovia o Gdansk saludaron el reciente nombramiento de Wroclaw como capital cultural o, por quedarnos más cerca, con los que Burdeos brindó a Marsella cuando fue la ciudad mediterránea la afortunada.
Probablemente, una vez pronunciado su veredicto, al menos la mitad extranjera del jurado habrá empatizado en cierta manera con las ansias indepentistas del nuevo alcalde donostiarra. Ser español constituye una losa tan pesada que muchos preferirían dejar de serlo. Otros, por el contrario, no. En cualquier caso, dejen que los unos y los otros olvidemos esta dolorosa circunstancia, al menos, en algunos ratos sueltos.