Los sanfermines son una fiesta condenadas a trascender sus propias fronteras, antaño de la mano de Hemingway, ahora, gracias al hundimiento de la economía. El ‘pobre de mí’ lleva camino de dejar de ser el cántico que clausura la gran celebración pamplonica para convertirse en el himno de media Eurozona.
Como todo himno festivo, rebosa optimismo porque un análisis riguroso de las cifras macroeconómicas aconsejaría más bien sustituir el ‘pobre’ por el ‘paupérrimo’, cosa que de todas formas habrá que hacer probablemente en un futuro inmediato.
Por lo demás, nuestra propia existencia se ha convertido en un encierro interminable, en el que te pasas la vida corriendo, con la hipoteca bien apretada al cuello y los bonos basura en la mano, intercambiando golpes con quienes te rodean para hacerte con hueco y perseguido por los mercados, esos temibles astados salidos las mejores ganaderías especializadas en la cría y reproducción de alimañas, tipo Standard and Poor’s o Moody’s.
En esta ópera bufa, a Zapatero le ha tocado interpretar al australiano borracho que se dedica a tirar del rabo del animal, mientras que Rajoy lo borda en el papel del turista que ha pagado 600 euros por contemplar la jugada desde un balcón en Estafeta y que sólo interrumpe sus comentarios críticos, para saludar a las cámaras, aprovechando la escabechina que tiene lugar a sus pies.
El cuadro se completa con la intervención diaria en los medios de un puñado de analistas económicos, cuyo conocimiento de la materia no difiere gran cosa de que la que exhiben los encargados de las retransmisiones televisivas del encierro. Y todo, para al final recurrir al argumento de la intervención providencial del capote de San Berlín, nos libre del rescate, dándonos la subvención.