En Euskadi se come como en ninguna parte. Tanto es así que en ocasiones resulta complicado distinguir al comensal del primer entrante, no digamos ya del postre. Aquí, o reservas mesa para cenar o te reservan para servir de cena. Tras desalumbrar a EA-Alternatiba, Bildu no ha tardado en ir a por la parejita, bautizada como Aralar.
Sólo si se comprende este complejo principio se está en condiciones de entender la decisión de concurrir junto a Bildu que aprobaron ayer las bases de Aralar, esa formación de la izquierda abertzale partidaria de la independencia vasca y que en los últimos años ha recibido tal somanta de elogios y alabanzas por parte de la derecha española que cuesta entender cómo ha podido sobrevivir a semejante espanto.
Con la izquierda abertzale ilegalizada de vuelta a la legalidad, el papel de Aralar quedaba reducido a la condición de mero ejemplo ilustrativo, apenas una licencia literaria que permitiera a Rubalcaba -esa mutación dialéctica de Epi y Blas que tantos estragos está causando entre las filas de los mejores periodistas de mi generación- explicar otro de sus refranes sintéticos: ‘En España no se persiguen las ideas, sino los delitos’.
No obstante, ni todo el poder de persuasión del Alfredo frustrado hubiera conseguido elevar la esperanza de voto de Aralar con Bildu suelto y en circulacion. Al final, el partido de Patxi Zabaleta se ha limitado a elegir en qué restaurante deseaba ser cocinado, una vez asumido que, tras tocar techo, le había llegado la hora de morir, como al replicante monologuista de ‘Blade Runner’.
Quizás la única opción que le quedaba pasaba por interiorizar que de mayor iba para Euskadiko Ezkerra, lo cual es demasiado incluso para cualquiera. Baste evocar algunas trayectorias individuales de ex EE y su destino como colectivo, de una intensidad de 0,5 en la escala de Hamaikabat, por recurrir a un sistema de medida que ayuda a visualizar la más absoluta irrelevancia.