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Alberto Moyano

El jukebox

El 11-S cambió el mundo y viceversa

Diez años después de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, la frase “el 11-S cambió el mundo” resume y condensa el legado fundamental de aquella matanza. El balance final de víctimas ha quedado convertido en un dato banal que casi nadie sabría precisar, sepultado bajo el mantra universal de que aquel día “cambió el mundo”, una valoración propia de una época autonarradora, hiperconsciente y extremadamente narcisista.

Toda la Historia previa a nuestra irrupción queda reducida a un un puñado de fechas: el descubrimiento del fuego, la invención de la imprenta, el encontronazo con América y la Revolución Francesa, por poner unos cuantos ejemplos. Es a partir de nuestro aparición en la vida cuando creemos percibir que el mundo se vuelve interesante y se aceleró de verdad de forma que nos brinda la oportunidad de vivir en vivo y en directo mutaciones todos los meses.

El sentimiento de que siempre estamos inmersos en acontecimientos de enorme magnitud se ilustra en la indiscriminada utilización del adjetivo ‘mítico’ para todo por parte de los adolescentes. En el caso de los adultos, la expresión equivalente es ‘estamos haciendo historia’. Personalmente, la llegada del hombre a la Luna es un suceso de primer orden cuya importancia se me escapa.

En lo que respecta a los ataques del 11-S, en efecto, puede que cambiaran el mundo, pero dejaron intacta la vida, de la misma forma que se vuela una caja fuerte sin llegar a tocar los billetes que contiene. Diez años después, nos levantamos y acostamos a la misma hora que lo hacíamos el 10-S, y entre una cosa y otra, desarrollamos la misma actividad y nuestra dieta o nuestras pulsiones sexuales en absoluto han cambiado. En comparación con el papel que inadvertidamente ha jugado la sal a lo largo de la historia, hasta los más fanáticos seguidores de Iker Jiménez reconocerán que el 11-S palidece.

Lo que sí quedó meridianamente claro a partir de aquel día fue que el exceso de información también conduce a la inopia. Así  cayó el último tótem de la Ilustración, aquél que sostenía que el conocimiento acabaría desalojando a la superchería. Una patraña. Contra más datos se hicieron públicos, por minuciosos que éstos fueran, más teorías descabelladas sobre los atentados hicieron fortuna en el mercado. A día de hoy, ya sabemos que ningún avión se estrelló en el Pentágono y que es científicamente imposible que las Torres Gemelas se derrumbaran por el simple impacto de dos aviones cargados hasta los topes de combustible. Conozco un taxista que en lo que tarde en llevarte de Gros al Antiguo te demuestra con los  datos en la mano que todo fue obra de los serbios.

El 11-S cambió el mundo, pero para aquel entonces el mundo ya estaba listo para cambiar el 11-S si es que éste llegaba a producirse, tal y como efectivamente pasó. Perpetrados en los años 50 – por no remontarnos más-, sin televisión en directo, ni ejércitos de turistas armados con cámaras de vídeo, los mismos atentados hubieran quedado en manos de la imaginación y, por lo tanto, del olvido.

Comienza hoy la semana del aniversario en la que, para nuestro pasmo, saldrán a la luz imágenes inéditas de los atentados. El 11-S cambió el mundo, vale. Y lo sigue haciendo. Por lo visto, comenzó en unas montañas de Afganistán y terminará dentro de unos años en la estación intermodal diseñada por el inefable Calatrava. Todo esto debe ser un ‘efecto mariposa 2.0’ de última generación, en el que el lepidóptero en cuestión ha sido sustituido por un avión no tripulado, la única forma posible de que un artefacto volador atienda a razones.


septiembre 2011
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