Los ciudadanos de a pie vivimos demasiado encerrados en la calle, con el consiguiente riesgo de acabar desconectados de la irrealidad. De vez en cuando, convendría que bajáramos a la torre de marfil. Hoy, se nos brinda una inmejorable ocasión, con la salida a internet de la declaración de bienes en propiedad de diputados y senadores.
Vaya por delante que resulta desaconsejable tomarse todo esto al pie de la letra, ya que con seguridad se tratara de una aproximación, otro alarde de economía creativa a la que tan acostumbrados nos tienen los cargos electos, pero al menos ayudará a hacerse una idea.
Sirva como ejemplo el caso de don Manuel Fraga, que después de sesenta años de entrega al servicio del Estado -la mitad de ellos, al fascista: la otra mitad, al democrático-, tan sólo ha acumulado un millón de euros en cuentas y acciones. Ya sabíamos que en su cabeza cabía el estado entero, pero hasta ahora ignorábamos la notable profundidad de sus bolsillos.
Fraga marca el camino. Para los peatones, resulta muy fácil incurrir en las simplificaciones facilonas: “Que trabajen como los demás y que coticen durante cuarenta años”. Pero las cosas nunca son tan sencillas. En su mayoría, nuestros diputados y senadores son gentes sin un ápice de vocación de servicio que, sin embargo, por diversos avatares de la vida, han tenido que recurrir a la carrera política para conseguir lo que en el sector privado se les negaba.
La suya es una vida de sacrificios envuelta en privilegios. Su devenir vital se reduce a excusar su inasistencia a los plenos que en un ambiente un tanto inhóspito, se celebran tanto en la Cámara Alta como de la Baja. Allí, un puñado de sus señorías dormita habitualmente, mientras maquina qué taimadas maniobras requerirá volver a colarse en los puestos preferentes de la lista electoral. Así van pasando los años y con ellos, las legislaturas.
Hoy vamos a pasar de lo general a lo concreto. Una cosa es soltar exabruptos contra la clase política y otra muy distinta poner ojos y cara a cada uno de los aforados, saber que también ellos tienen una familia a la que alimentar y, llegado el caso, con la que prevaricar. Las macrocifras sirven para escamotear la realidad. Si detrás de cada drama, hay siempre una persona de carne y hueso, detrás de cada comedia, también. Es hora de ponerles también nombres, apellidos y rostro, este último, casi siempre de hormigón armado.