1) Cuando estás trabajando, la cualidad principal del Zinemaldia es la
misma que la del neopreno. Durante nueve días, se te adhiere a la piel y
funciona como el aislante perfecto. El público suele ignorarlo y los
demás hacemos lo posible para que permanezca en la inopia, pero la
terrible realidad es que el Festival es posible porque hay mucha gente
trabajando. En horarios asombrosos, por cierto. Guarden el secreto
porque estropea el glamour, ese cutis tan delicado.
2) En el imaginario popular, todo se reduce a codearse con famosos
-animal mitológico al que el pueblo atribuye algún tipo de
superpoderes-. En realidad, la vida festivalera se reduce a una sucesión
de esperas sin cuento, retrasos sin aviso, proyecciones interminables,
ruedas de prensa guionizadas por un bromista y entrevistas a ocho bandas
en las que cada participante está atrapado en su propio monólogo y
-gracias a la mediación de los intépretes- el entrevistado acaba
respondiendo a cuestiones que nadie le había planteado. Con todo eso se
construyen luego las informaciones.
3) La acreditación es un estigma. Si ven a algún acreditado por la calle
sepan que es otro ser insignificante que pagará de su bolsillo cada
pintxo que ingiera. Las personalidades importantes presciden del molesto
ornamento porque su mundialmente conocido rostro hace las mismas
funciones a la hora de abrir todas las puertas. En algunas ocasiones es
el apellido el que hace las funciones de llave maestra.
4) En la vorágine, uno pierde la mitad del tiempo dando su opinión sobre
la película que acaba de ver y la otra mitad escuchando las reflexiones
que la cinta ha suscitado en los demás. Si te ha gustado, los iniciados
te describen la penuria de tus conocimientos; si no te ha gustado, los
audaces te explicán por qué no has terminado de entenderla.
5) Hay críticos que constituyen la versión avanzada de un futuro
google-movies. Sus exhaustivos conocimientos sobre cualquier filmografía
de ayer y hoy fatigarían la curiosidad más insaciable; la determinación
que les impulsa a compartir sin piedad su erudición resulta sofocante
y, con franqueza, un tanto difícil de esquivar sin caer en la grosería.
Aproximadamente a mitad del Festival, descubres con estupor que te has
convertido en uno de ellos.
6) El placer también existe. No radica en compartir veinte minutos de
oxígeno con cualquier decepcionante ídolo rodeado de extraños que te
informan puntualmente de que “es muy majo” o incluso de que “es
súpernormal” -signifique esto lo que signifique-, sino en toparte con
esa película que en la oscuridad de la sala que durante dos horas te
permite abolir tu propia consciencia. Siempre hay algunas que lo logran,
esta vez, seguro que también. Si localizan alguna de ellas, no olviden
avisar.