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Alberto Moyano

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La piel que acredito (XI): Zambrano no se entera

El director Benito Zambrano ha aprovechado su paso por el Festival con ‘La voz dormida’ para defenderse de algunas acusaciones de maniqueísmo en el dibujo de sus personaje. En ese trance, no ha tenido mejor idea que meter la pata: “Seguro que a Polanski con ‘El pianista’ no le preguntaron por qué no había nazis buenos”, dijo el buen hombre, evidenciando -amén de una considerable modestia- una opción de dos: o bien que no ha visto la citada película y la confunde con otra, o la ha olvidado.

El problema de buena parte de estas películas de recreación histórica es su población: personajes de una sola pieza que actúan sin fisuras: los unos, como santos laicos, todo abnegación y principios inquebrantables, y los otros, como malos de Fu Manchú, todo perfidia y traición taimada. Es estéril entrar a debatir si fue así o no porque estamos hablando de cine y la hoja parroquial aburre en cualquier formato, incluido el celuloide. El didactismo mató a la creatividad en el nombre de los más altos ideales.

Mucho más inquietante sería alumbrar películas en las que las causas nobles fueran defendidas por las personas equivocadas o en las que se mostraran cómo los idealistas pueden acabar convertidos en los más pragmáticos, poniendo tarde o temprano los fines al servicio de los medios. Entiendo que la misión del arte es indagar en los pliegues del alma humana, no narrar vidas de santos, so pena de que, tras cuarenta años de ‘Raza’, nos tiremos otros tantos rodando revisiones de ‘Anti-Raza’.

Por cierto, en ‘El pianista’ de Polanski -una historia real basada en las memorias de Wladyslaw Szpilman, el pianista del guetto de Varsovia- aparece una figura central para el devenir de la trama: el oficial nazi que descubre al músico judío, le oculta, le alimenta y le salva la vida, sin motivo aparente alguno, más allá de la belleza y de la admiración que le despierta su interpretación de una pieza de Chopin al piano.

Ese hombre, alemán malo o bueno, pero que se jugó su vida para salvar a un desconocido, murió en el Gulag soviético, a pesar de los esfuerzos que Wladyslaw Szpilman, el personaje que interpreta Adrien Brody, hizo en la vida real por declarar a su favor y salvarle. Todo esto quizás le sirva a Benito para comprender por qué a Polanski no le formularon la pregunta con la que -me temo- él tendrá que cargar durante toda la promoción de un filme llamado a triunfar porque entre lo reconfortante y lo incómodo, tendemos a elegir lo primero.


septiembre 2011
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