Alberto Moyano

La casualidad ha querido que mientras cinco familias catalanas y dos
guipuzcoanas permanecen retenidas desde hace un par de semanas en el
Congo porque la Embajada española no autoriza la adopción de siete
niños, unos cuantos cientos de ‘sin papeles’ hayan llegado a las costas
canarias, a razón de 400 diarios durante el último fin de semana. El
Gobierno canario pide a la ONU que intervenga y una delegación del
Gobierno español ha viajado a Senegal y Mauritania –al parecer, dos de
los principales países emisores de cayucos– para frenar la avalancha.
En fin, la realidad, que es una vacilona.
Sin duda, algo habrá que hacer, aunque la verdad es que las dos
iniciativas –y cuantas se han puesto en marcha hasta el momento en
torno a este tema– suenan a golpe en vacío. Todas las medidas tomadas
para frenar la oleada de inmigrantes –alambradas, dobles alambradas,
despliegue militar, radares y vigilancia por satélite– han fracasado
más o menos miserablemente. De hecho, el conjunto de todas ellas sólo
ha servido para dar la medida de la desesperación de los inmigrantes, a
la vez que de su inventiva.
Desde la Ilustración, vivimos instalados en la certeza de que todos los
problemas tienen solución y lo hacemos incluso a pesar de las
evidencias. Quizás éste sea uno de ellos. Bueno, o quizás no. Lo único
seguro es que mientras lo dilucidamos, los africanos seguirán huyendo
de su tierra para alcanzar la nuestra, convendidos –también ellos– de
que su única posibilidad de vivir mejor.
Por cierto, ¿alguien ha visto en las marquesinas de los autobuses una
especie de panfletos en pro de una ‘Europa blanca’ o algo así? ¿Alguien
sabe qué es eso? Es que me pareció verlos desde un autobús, pero no he
podido leerlos.