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Alberto Moyano

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Cómo monologar el uno con el otro por separado

La entrevista que ayer grabaron para su emisión el día 4 el rey de lo que queda de España y el periodista Jesús Hermida supone el culmen de sus respectivas carreras y rubrica dos trayectoria paradigmáticas en la historia reciente de este país. La primera enseñanza que se desprende del simulacro es que una de las diferencias -y no la menor- entre monarquía y república es que en el segundo de los sistemas requiere de un jefe del estado capacitado para afrontar una entrevista en directo, mientras que en el primero no resulta necesario.

Dado que al rey no le gusta que se hable mal de Franco, nos centraremos en la figura del periodista de cámara. No es que alguien se espere una reedición de Nixon contra Frost, pero la elección de Hermida resulta significativa. Descontando que las respuestas del monarca serán pastosas, partirán con la ventaja de salida de que para cuando termine de locutarlas nadie recordará ya cuál era la pregunta, formulada según el estilo acuñado por el presentador a imagen y semejanza del sinuoso circuito de Interlagos, muchas curvas y pocas rectas.

A la pregunta de si alguien recuerda alguna entrevista incisiva de Jesús Hermida a lo largo de su dilatada carrera, la respuesta obligada es que no. Lo mejor que se puede reseñar en este sentido es su indomable tendencia a encararmarse un par de peldaños por encima del entrevistado, quizás ahí radique el peligro a un choque de trenes. En cuanto a la llegada del hombre a la Luna, el mérito es que te toque estar ahí, por lo demás, ese tipo de gestas son de las que se cuentan solas. Aquí hemos crecido una generación de plumillas bajo la panoplia de Emilio Romero y otros de la misma estirpe considerados como “maestros de periodistas”, mientras se despachaba apresuradamente a profesionales como Xavier Vinader por incómodos. Así nos va y si no me creen, vean cualquier programa conducido -es un decir- por Jordi González.

Frente a frente, Hermida y el rey representan dos formas distintas de pulverizar el idioma, da igual cuál, porque cada uno de ellos dispone del suyo propio. El del periodista, una variante de la muerte del lenguaje mediante estrangulamiento; el del soberano, una colección de frases incoherentes que van desde imitaciones más o menos desafortunadas de Chiquito de la Calzada a alambicadas construcciones sintácticas cuyo significado último permanecer sin aclarar: “Vosotros lo que queréis es clavarme un pino en la tripa”.

La última vez que el rey se sometió a una entrevista “amable” fue a manos de Selina Scott quien, amén de otras cosas, le hizo un roto. Dejando a un lado las serias dificultades de don Juan Carlos en el manejo de motocicletas y helicópteros, aquel reportaje sirvió para acercanos su lado más humano. En su día se dijo que acabó como el rosario de la aurora tras la intervención de la reina. Con el introductor en España de los magazines matutinos ese peligro está despejado. Se empieza retransmitiendo la llegada del primer hombre a la Luna y se acaba pensando que todos los demás nos hemos mudado al satélite terrestre. Todo apunta a que el resultado de la conversación será un monumento a la incomunicación. Con la posible excepción de la reina, sólo Hermida está capacitado para conseguir que, desprovisto de folios y abandonado a la suerte de la improvisación, el rey hable durante un par de horas sin el menor riesgo de que diga algo.

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