Alberto Moyano
En Salamanca se ha organizado un ligero follón en torno al intento de
devolver su acta de concejal a Miguel de Unamuno. El filósofo bilbaíno
fue nombrado edil de la capital salmantina por su alcalde franquista,
allá por julio de 1936, después de haber expulsado al alcalde legítimo
y a cuatro concejales. Sin embargo, meses más tarde y en vista de cómo
habían evolucionado los acontecimientos, Don Miguel, que sólo apareció
por el Ayuntamiento para saludar el día en el que se constituyó el
nuevo gobierno municipal, se arrepintió de haber dado su apoyo a los
militares sublevados.
El 12 de octubre, Día de la Raza, el intelectual tuvo en la Universidad
una trifulca con Millán Astray que se saldó con un cruce de sandeces,
esperables en el caso del fundador de la legión pero impropias de un
filósofo. Así, si Millán Astray lanzó su famoso «Muera la
inteligencia», Unamuno se descolgó con otra tontería, que también ha
hecho fortuna: «Venceréis, pero no convenceréis». Y lo dijo a pesar de
que la Historia Universal, tanto anterior como posterior a aquel día,
ha demostrado fehacientemente que los hechos circulan exactamente en
sentido contrario y si el uso de las armas suele ayudar a vencer, igual
de cierto es que no resta un ápice de posibilidades a la hora de
convencer. Y viceversa: actuar desarmado no garantiza el convencimiento
unánime. De hecho, la división de opiniones es el resultado habitual de
ambos comportamientos.
El rifirrafe con Astray fue tal que, para evitar la violencia, Unamuno
tuvo que abandonar la Universidad del brazo de la mujer de Franco,
Carmen Polo, lo cual, bien mirado, no deja de ser otra forma de
agresión. A los dos meses, Unamuno falleció en plena confusión mental.
Ahora, el PP ha impedido que se devuelva a Unamuno un acta de concejal que, en rigor, nunca le perteneció. Y Goian Bego.