Alberto Moyano
El inminente tambor de oro donostiarra realizó todo un alarde de
inexpresividad anoche, durante su comparecencia en el programa ‘Luna
llena’ de Teledonosti. Para compensar tanta frialdad, entró en el plató
Martin Berasategui con su tambor bajo el brazo, como el pequeño Oscar
de Günter Grass, y que sólo necesita oír las palabras San Sebastián y,
no digamos ya, tambor de oro, para ponerse Rocío Jurado: desgarrado,
intenso, emotivo y, finalmente, excesivo.
«Disfruta cada segundo porque vas a vivir el mejor día de tu vida»,
repetía Martin una y otra vez. «No, no, si estoy emocionadísimo»,
replicaba un Pedro Ábrego, así como un poco escéptico.
Además de las intervenciones telefónicas de los presidentes de la Real
y del Orfeón –que ampliaron con sus invitaciones la apretada agenda del
galardonado–, el programa incluyó un paseo por los interiores del
Asador Donostiarra madrileño, de iconografía discutible y equivalente
gastronómico a un toldo en Ondarreta. Algo así como San Sebastián para
madrileños. «Tengo la piel de gallina desde que me comunicaron el
premio», repetía de vez en cuando Ábrego, en su denodado intento por
entusiasmarse. Tanta contención sólo puede anunciar llorera para el
sábado en el Salón de Plenos.
En medio de felicitaciones, elogios y cruce de invitaciones, no
quedaban muy claros los motivos que han arropado la concesión del
galardón, pero a la vista de los últimos premiados parece que la
vínculo donostiarra –más o menos remoto– es la condición necesaria y el
éxito profesional, la condición suficiente para hacerse acreedor al
galardón. Un tambor para el empresario emprendedor. Pues vale.