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Alberto Moyano

El jukebox

Travesuras de la becaria buena

Alberto Moyano

Bajo el título de ‘Alegato de un becario’, Amaia G. Melero publica hoy
una carta al director en DV en la que relata su experiencia como tal en
una empresa cuyo nombre, lógicamente, no menciona. Tras reconocer que
la fórmula es «una oportunidad de inserción en el mundo empresarial y
que, gracias a la becas, a los jóvenes nos dejan ‘meter el morro’, con
perdón, en esas empresas», Amaia enumera los contras: «Se cobra poco,
se trabaja como los demás y los derechos del becario se resumen en uno:
seguro por accidente».
La becaria también concluye con un repaso a los méritos acumulados, se
supone que por su persona, que es en realidad una larga lista de
errores flagrantes: haber trabajado tanto o más que cualquier
trabajador asalariado de la empresa,  haber trabajado por las
noches en casa y los fines de semana, haber vivir los problemas de la
empresa «como tuyos porque te sentías parte de esa empresa» y haber
puesto «todo tu empeño en situaciones difíciles y siempre defendiendo a
la empresa».
No es cierto que todas las empresas sean iguales, pero sí lo es que su
lógica es siempre implacable, pero coherente. No siempre se puede decir
lo mismo de empleados y becarios. Amaia G. Melero se siente engañada y
probablemente, lo haya sido, pero por sí misma. Si el becario debe
trabajar de noche y fines de semana, antes debe asegurarse de que así
se lo han pedido, evitando el hacerlo voluntariamente y por propia
iniciativa. Así, establecerá algún tipo de obligación sobre la persona
encargada de pedírselo. El becario no debe realizar el trabajo que
corresponde al trabajador fijo en ningún caso. Y, sobre todo, el
becario no debe identificarse con una empresa a la que, en rigor, no
pertenece y mucho menos «defenderla siempre y en situaciones difíciles»
porque para eso ya están los miembros de la plantilla.
Son medidas mínimas de autoprotección que cualquier becario debería
adoptar, dado que constituye el eslabón más débil de la cadena laboral.
Todo esto no asegura un futuro de esplendor en la empresa, pero evita
procesos de frustración, como el que tan amargamente lamenta Amaia G.
Melero. Además, la actitud contraria tampoco garantiza nada, tal y como
ilustra su propio ejemplo.


enero 2007
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