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Alberto Moyano

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Chirbes en Anoeta

Alberto Moyano

Aunque en este país casi todo el mundo vive en una urbanización, tiene
una segunda casa, un tercer coche, entiende de vinos una barbaridad y
no se pierde las vacaciones en la nieve, sólo una o dos generaciones
nos separan del pueblo. Entendámonos: del pueblo de la primera mitad
del siglo XX español, es decir, lo más parecido a las comunidades
indígenas de Chiapas: ni luz, ni agua corriente, ni escuela, ni
ambulatorio.
Sin embargo, al igual que la distinción no se adquiere a base de
dinero, la pobreza aún permanece agazapada debajo de nuestra bronceada
epidermis y eso se transmite a los gestos: la jactancia entre amigos
por ver quién es el que engaña más a Hacienda es sólo un ejemplo. Y
esta mancha no sólo acecha por detrás, sino que también ensombrece el
futuro: sin salario mensual, sólo tardaríamos unos meses en hacer el
viaje que va de la situación acomodada a la indigencia.
Para recordarnos todo esto habló el jueves por la noche en la Casa de
Cultura Ernest Lluch de San Sebastián, el escritor valenciano Rafael
Chirbes, que presentaba la novela ‘Crematorio’. Chirbes habló también
de la indignidad que suponen las actuales pensiones de jubilación y los
beneficios bancarios –que no conocen ciclos económicos–, del antiguo
orgullo proletario por el trabajo bien hecho y de la desaparición, no
ya de la clase obrera, sino del obrero individual, transmutado a día de
hoy en técnico, operario, asalariado, mileurista o cualquier otro
eufemismo, para mayor gloria de Marina d’Or y del resto de los templos
de la clase media.
A la manera de Albert Camus, Chirbes habló sin falsos orgullos de sus
orígenes humildes, del trabajo del escritor y de la mierda de
literatura que con frecuencia se nos vende como obra maestra. Y
sentenció: un buen escritor nunca se sitúa por encima de sus
personajes.


diciembre 2007
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