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Alberto Moyano

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Pederastas perdidos

Alberto Moyano

A la vista de los acontecimientos, quizás algunos se hayan arrepentido de haber eliminado aquel “y mano dura” de su eslogan electoral “corazón y cabeza”.

Del caso de la niña Mari Luz se pueden extraer diversas enseñanzas y al menos dos conclusiones sobre el funcionamiento de la Administración de Justicia: 1) algunos jueces no hacen su trabajo. 2) El sistema comete errores. La primera parece indiscutible. La segunda obliga a tomar con prudencia los alegatos en favor del endurecimiento de las leyes. En este sentido, el griterío de la multitud a las puertas de las comisarías y juzgados por los que ha desfilado el acusado recordaba a escenas ya vistas antes una y mil veces, siendo el caso de Dolores Vázquez -finalmente declarada inocente- uno de ellos.

A la luz de los hechos, los medios de comunicación debaten tan apasionada como confusamente diversas posibilidades: cadena perpetua, castración química o listados con las identidades y direcciones de los condenados por pederastia.

La primera nos colocaría frente a la pena de muerte como única posible reclamación del pueblo indignado frente a futuros crímenes especialmente horrendos. La segunda parece especialmente arriesgada si hablamos de una medida irreversible. Y la tercera haría inútil cualquier intención reinsertadora y provocaría reclamaciones en el sentido de hacer lo mismo respecto a asesinos, traficantes de droga o violadores, además de provocar tal caída en los precios de los pisos de los vecindarios afectados por la presencia de uno o varios pederastas que el resultado sería un seísmo en el mercado inmobiliario.

Por desolador que parezca, la conclusión es que, al contrario de lo que creemos, quizás no haya respuestas para todos los problemas. La temeridad con la que ha actuado el presunto asesino de Mari Luz a lo largo de toda una vida en la que ha tenido la oportunidad de abusar de cuanta niña se le ha puesto a tiro, incluidas su hermana y su hija, revela que será difícil reprimir estos comportamientos y pulsiones a base de amenazar con severos castigos.

Lo insólito es que haya llegado suelto hasta aquí. Dicen que ya en la celda, su única preocupación es saber si seguirá cobrando el subsidio del que ha vivido hasta ahora.


abril 2008
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