Alberto Moyano

El colaborador de Lonely Planet Thomas Kohnstamm anuncia en su libro ‘¿Los periodistas de viajes van al infierno?’ que se inventó la guía correspondiente a Colombia. No lo hizo impulsado por una repentina vena creativa, sino porque la editorial no le pagó lo suficiente como para viajar al país suramericano. Ese detalle no evitará que su nombre se sume al de otros grandes impostores, como el presunto desfalcador bancario Jerome Kerviel, los falsos supervivientes del Holocausto o ese ministro que tuneó su currículum.

En realidad, todo apunta a que Kohnstamm es el primero en confesar lo que ya muchos otros hicieron antes. Leídas in situ, la mayoría de las guías de viaje atufan a texto fusilado por cuarta vez. La prueba que confirma las sospechas suele ser cuando en una pequeña ciudad de provincias que apenas soporta un par de días de visita, el autor recomienda los desayunos de diez hoteles distintos.

Vivimos en la época de la fasificación. La propia confesión de Kohnstamm es contradicción en carne viva, cuando lo mismo afirma que escribió la guía en San Francisco basándose en informaciones facilitadas por una novia empleada en el Consulado colombiano que asegura que para sobrevivir en Colombia tuvo que traficar con drogas y aceptar sobornos de hoteles y restaurantes que luego recomendaba en su libro.

Fuera como fuese, lo más curioso es que según el editor de Lonely Planet, Piers Pickard, las comprobaciones realizadas por la compañía demuestran que el autor de la guía clavó todos los datos: hoteles y restaurantes recomendados, horarios de museos y formas de desplazarse por el interior del país. Puro realismo mágico. su credibilidad se verá reforzada si a partir de ahora aplican el mismo sistema de trabajo en las futuras guías de la colección.

El reto ahora es hacerse con un ejemplar de la Lonely Planet Spain y tras leer detenidamente las páginas dedicadas a Gipuzkoa, adivinar desde que ciudad las escribió el autor de la guía.