Alberto Moyano

El clásico dejó escrito que la muerte iguala a todos, pero sabemos que esto ya no es así, al menos, desde la hipertrofia ensalzadora que sufrió la figura de Leopoldo Calvo Sotelo a la hora del fallecimiento. Como consuelo queda al menos la constatación que la del guardia civil Juan Manuel Piñuel Villalón ha servido en esta ocasión para conseguir la unidad.

Cuál es el alcance y los límites de esta unidad en el tema que nos ocupa es algo que no conviene debatir abiertamente, so pena de ser acusado de desmovilizar a la tropa. La propia historia de ETA se dilata ya tanto en el tiempo que comienzan a aparecer ejemplos para todo y hasta las casas cuarteles -como la de Legutiano- se encuentran ya en segunda ronda de atentados con coche-bomba (sufrió otro en 1982). Así, el largo periodo de vigencia del Pacto de Ajuria Enea, unida y unánime donde las haya, dejó como resultado práctico un gran cero, sin que esto deba leerse como una censura a los nostálgicos.

La principal virtud de esta unidad política radica en que es una cuestión éstética y, por lo tanto, ética. Más allá del decoro, no cabe esperar grandes resultados de la misma. Para que los partidos pudieran alumbrarla ayer se tuvieron que dar una serie de circunstancias tan concretas como improbables: 1) la lejanía de cualquier cita electoral en un futuro próximo; y 2) la volátil situación interna del PP, susceptible de generar contestación en contra de Rajoy, fuera cual fuera su postura.

En este terreno, ya está todo dicho y también todo inventado. La única opción original radicaría en proponer la inacción absoluta. Que no se haga nada, dado que cada medida adoptada en los últimos cuarenta años, ha dado lugar -como la quimioterapia- a efectos indeseables. Sólo nos queda esperar que ETA muera de muerte natural, confiando en que su longevidad no rivalice con la nuestra. Luego, ya discutiremos quién se apunta el tanto.