Alberto Moyano
Iñaki Gabilondo invitó anoche a cuatro madrileños tocados de alguna
forma por las bombas del 11-M. Eulogio, colombiano que salió ileso del
atentado porque viajaban en el único de los seis primeros vagones que
no estalló, Ana Isabel, que perdió a su novio, Antonio, estudiante de
Historia con medio cuerpo paralizado a consecuencia de las explosiones,
y Jesús, que se quedó sin su hijo. Todos mostraron con más o menos
desparpajo sus cicatrices invisibles, algunas, abismales.
Gabilondo, que lo mismo entrevista al presidente de la Conferencia
Episcopal que al churrero de la esquina, se especializó hace mucho
tiempo en lograr que cualquier suscriptor de una hipoteca parezca el
más importante de los señores y se vuelque sobre el micrófono
convencido de que tiene algo que contar. Y generalmente, todo el mundo
tiene algo que contar, como anoche quedó otra vez demostrado.
Eulogio relató la extremadamente inhumana actitud de los responsables
de Extranjería, Ana Isabel habló de la Fundación que lleva el nombre de
su antiguo novio, Jesús habló y habló con una especie de sonrisa o
mueca helada y Antonio aseguró que todo el proceso “ha sido muy duro”,
dejó al aire vergüenzas del PP, recitó un poema dedicado a una
compañera muerta y hasta recomendó leer los de Kavafis.
Y al acabar las entrevistas, se fueron a sus casas.