Alberto Moyano

Si literatura erótica es aquélla cuya lectura se realiza con una sola mano, la del decálogo elaborado por el Greenpeace mexicano “para un sexo amigable con el medio ambiente” requiere la participación de las dos extremidades superiores y puede que hasta de los pies.

Apenas se van superando las múltiples culpas cristianas que por siglos han rodeado el deseo, llega ahora el turno de una forma de entender la ecología que, medio en broma, medio en serio, pretende colarse de rondón en la alcoba.  

El texto, llamado a convertirse en uno de los principales inhibidores sexuales disponibles en la actualidad, convierte el apareamiento humano en una complejísima maniobra que compite con el desembarco de Normandía en materia de preparación, logística e infraestructura.

Desde el punto uno que invita a apagar las luces antes de introducirse en la cuestión, hasta el ocho, que recomienda asegurarse de que el somier de la cama sea de madera certificada por el Consejo Forestal, pasando por el veto al marisco y las ostras, en favor de frutas de la pasión “libres de transgénicos o pesticidas”, el manual parece condenado a estimular el onanismo, tal es el número de obstáculos a superar.

Todo esto quizás sea sexo sostenible, pero también impracticable y puede que hasta indeseable. Bastante cuesta extender el uso del preservativo entre los jóvenes, como para pretender también que se hagan con el pack de ecolubricantes.

Pese a todo, hay que reconocer que el autor del decálogo ha tenido el detallazo de eludir los lugares comunes y esos clichés que tanto daño han hecho a las relaciones de pareja. Por ejemplo, el cigarrillo postcoitum, ni lo menciona. Alabado sea el señor.