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Alberto Moyano

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No direction home

Alberto Moyano

Estar al tanto de cuantas casas posees -y no digamos nada saberte la
dirección de todas ellas- se ha convertido en un signo inequívoco de
vulgaridad. Este despiste, el penúltimo efecto del boom inmobiliario,
obliga a andarse con pies de plomo. El desliz de confesar en público
que estás al tanto de tus posesiones puede tener efectos devastadores
sobre tu caché social. Es casi como ser yonqui y no haber salido en
‘Callejeros’.

Primero fue el candidato republicano, John McCain, que ignoraba cuántas
mansiones tenía en propiedad, con el agravante que tan sólo eran siete.
Ahora es el artista -de las finanzas, por supuesto- Damien Hirst. En su
caso, el despiste es más comprensible ya que la cifra oscila entre
treinta y cuarenta. Como se puede ver, son muchos los que en cualquier
lugar se sienten como en casa, pero pocos los que realmente lo están.

A pesar de los denodados esfuerzos del Gobierno Vasco por disparar la
cotización de Jeff Koons, Hirst encabeza a día de hoy la lista de los
mejor pagados. Sus tiburones en formol -serie que quizás debió titular
‘autorretrato’- y su calavera tachonada de diamantes -¿’autorretrato
psicológico’?- le han colocado en lo más alto y, sobre todo, en lo más
caro.

La trayectoria artística de Hirst quedó marcada en la adolescencia,
cuando vió cómo su madre convertía su disco de los Sex Pistols en un
bol de fruta con la única ayuda de un horno. Ese día, el joven Demian
supo cuál era el camino.

Así, conocedor que los millonarios de este mundo invierten en cualquier
cosa que no suponga cultivar el espíritu, Hirst se dedicó a ensanchar
los márgenes del kitsch a base de piezas a cual más extravagantes,
mientras confesaba esas adicciones al alcohol y la cocaína que tanto
adornan cualquier biografía. En todo caso, esto último era algo que ya
flotaba en el ambiente desde que compareció ante la prensa con un
cigarrillo colocado en la punta del pene.

Paso a paso, se ha labrado una fortuna que rivaliza con la de la
mismísima ‘madre’ de Harry Potter. Y lejos de estancarse, su cuenta
corriente crece y crece. Sin ir más lejos, dentro de unos días
intentará colocar 223 nuevas obras a un precio total próximo a los 74
millones de euros. ¿Y por qué no?, se habrá preguntado el artista
británico, recordando quizás los 61 millones que alguien pagó por esa
calavera de diamantes que hubiera hecho las delicicas del mismísimo
Millán Astray o puede que hasta de Carmen Polo.


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