Alberto Moyano
El semen de los jóvenes cada día está peor. No lo dice ninguna sumiller de la industria del entretenimiento para adultos, sino un estudio de Institut Marqués (¿de Sade?), que ha llegado a tan alarmante conclusión tras analizar las descargas de 1.239 individuos de entre 18 y 30 años procedentes de las 17 comunidades autónomas.
La culpa, nos dicen los autores del informe, la tiene la contaminación en su modalidad industrial. Así se explica que ciudades tan polucionadas como Madrid presenten tasas aceptables de espermatozoides por mililitro, mientras que Valencia, Cataluña y el País Vasco ofrezcan los resultados más desalentadores.
El semen empeora en una doble dirección. Por un lado, está la despoblación. Los espermatozoides nadan en solitario, emulando a David Meca en el Estrecho de Gibraltar y, cuando se cruzan uno con otro, se saludan efusivamente. Por otro, los pocos que hay son cada vez más indolentes y acomodados, lo que redunda negativamente en su movilidad, que alcanza el grado de impresentable en el caso del 49% de los varones analizados. Habría que hablar quizás de dispositivos que ayuden a superar las ‘barreras arquitectónicas’.
Vivimos en la sociedad de la información y el conocimento. Esto no se traduce en que sepamos en todo momento y con asombrosa precisión el número de espermatozoides que vagan en el interior de nuestras gónadas, sino en el hecho de que debamos compaginar este dato con otros, aparentemente contradictorios, que hablan de un incesante incremento en el número de embarazos entre los adolescentes, seguramente en mayor grado, en comunidades como la valenciana.
De todas formas, no hay por qué alarmarse. En 1938 se considera normal tener 113 millones de espermatozoies por mililitro y ahora se acepta la cifra de 66 millones como la habitual. Pues vale. Recuerden que sólo se necesita uno para desatar las fuerzas incontrolables de la naturaleza.