Alberto Moyano
Al juez Garzón se les escapó vivo Pinochet y con él, alguna especulación que le relacionaba con el Premio Nobel de la Paz. Aún no lo ha superado. Ahora pide pruebas documentales de la muerte de Franco y de una treintena de sus secuaces. Por cierto, ¿hay alguna que demuestre que Fraga sigue vivo?
El magistrado de la Audiencia Nacional actúa, sin lugar a dudas, animado por nobles impulsos. Su intención es, al parecer, zanjar cualquier debate en torno al franquismo para depositarlo definitivamente en el cubo de la basura de la Historia del que hablaba Trotski, bajo la etiqueta de “crímenes contra la humanidad”.
Para conseguirlo, enumerará los fusilamientos al amanecer, los juicios sumarísimos y la desaparición de seres humanos ocurridos en estas tierras hace ya siete décadas. Pero, tal y como se apuntó aquí hace unas semanas, resultará difícil separar la verdad histórica de las circunstancias concretas que rodearon cada crimen.
Abrir fosas comunes no es lo mismo que buscar sandalias romanas. Saldrán a la luz detalles truculentos que soliviantarán los ánimos. De todas formas, la conclusión a la investigación ya está escrita: se cometieron crímenes de esos que no prescriben.
Y no faltará quien, al margen de legitimaciones populares, referendos a posteriori y política de hechos consumados, intente relacionar esos crímenes contra la Humanidad con asuntos tan peliagudos como la ¿restauración? ¿instauración? de la monarquía en España. Más aún: la decisión de Garzón no dirá tanto sobre la Guerra Civil y la sangría que le siguió como sobre las magnitudes de la macabra operación de lobotomía a la que el país aceptó someterse, a cambio de una Santa Transición.