“… Cola-Cola para todos y algo de comer”. El próximo 15 de noviembre, Washington acogerá la refundación del capitalismo, basada en la aceptación de que si alguien necesita las ayudas públicas, ésas son las fortunas privadas.

La cita, que reunirá a los veinte grandes, dejará -si nadie lo remedia- a España en la puerta, aparcando los coches, atenta a las propinas y entonando distraídamente la famosa ranchera ‘El tamaño no importa’.

Como es lógico, teniendo en cuenta quién será el anfitrión, el formato adoptado para la crucial cita es el del baile de fin de curso, toda una institución cuyos aspectos más crueles han alumbrado a un buen número de psicópatas que, con los años, se convirtieron en asesinos en serie como método para resolver el trauma de no haber sido invitados por nadie.

En esta ocasión, el propio organizador -George W. Bush- se ocupará de que su rival y aspirante a rey del baile -ZP- no acceda a la sala de fiestas. Lo hará personalmente, situándose toda la velada en la misma puerta del local, habida cuenta de que cuando se celebre la cumbre, el actual presidente de EE UU será ya un cadáver político, pendiente tan sólo de asistir de cuerpo presente a los flecos institucionales que conlleva hasta enero el cargo.

ZP, por su parte, confía en que, desde lo alto de sus tacones, Sarkozy acepte presentarse a la fiesta con él del brazo, lo que en opinión del presidente español, le franquearía el paso al guateque. Está por ver si los hijos de Texas respetan y comparten esta acostumbrada cortesía.

Por otra parte, y teniendo en cuenta el factor suerte, no se descarta que la cumbre resulte un desastre absoluto y Zapatero pase a convertirse en uno de esos supervivientes de catástrofes cuyas entrevistas arrancan siempre con las siguientes frases: “Llegué unos minutos tarde y no me dejaron entrar. Eso me ha salvado. He vuelto a nacer”.