Al barrio donostiarra de Riberas de Loyola le está pasando lo peor que le puede suceder a un barrio: le está saliendo eco, un fenómeno que, además, amenaza con extenderse hasta su último rincón. El problema es la desocupación y el resultado, casas sin vender y edificios sin terminar.

Si los constructores de Las Vegas levantaron una ciudad en el desierto, puede que los de Riberas hayan creado un desierto en la ciudad. Si las previsiones se cumplen y la crisis inmobiliaria tarda una década en reajustar su mercado, la flamanta urbanización quedará como un monumento a esa casa del padre, cuya hipoteca acabará de pagar el nieto.

¿Qué destino puede aguardar a un barrio que carece que las infraestructuras indispensables para su propia supervivencia, incluyendo por supuesto en esta categoría el batzoki o la casa del pueblo? Por no hablar del contratiempo que puede suponer quedarse un domingo cualquiera sin pan o tabaco. La paradoja llega al punto de que hay menos gente por sus calles ahora que cuando aún estaba en construcción.

Todo esto, además, no ha hecho más que empezar. Su mala fama le precede. El debate sobre la seguridad ciudadana en la ciudad empieza y termina en Riberas de Loyola. Su imagen figurará con toda probabilidad en la portada del famoso mapa de ‘la ciudad prohibida’ y hasta en las tertulias televisivas se dan indicaciones precisas y minuciosas sobre las zonas más inseguras por razones de poco tránsito, menor vigilancia y nula iluminación.

Así las cosas, la mejor opción pasa por alquilarlo como gran plató para rodar escenas de acción, sin descartar su venta para que lo vuelen por los aires, quién sabe si en el último capítulo de ‘Hospital Central’.