Alberto Moyano
“Imputados tres menores en Donostia por un presunto acoso a un
compañero”, se puede leer hoy en la prensa. Al parecer, los tres
escolares, de entre 13 y 14 años, agredieron a su compañero y víctima,
que fue atendido en un centro hospitalario con dos dedos fracturados.
Los hechos se produjeron en “un conocido colegio privado de la ciudad”
que, se podría añadir, cuenta con una amplísima tradición en cuanto a
maltrato de alumnos. De hecho, no es ni la primera ni la segunda vez
que un alumno de ese colegio es atentido en un centro hopitalario. El
agresor, para qué negarlo, solía ser cualquier miembro de un personal
docente plagado de sádicos y semianalfabetos. La primera y la última
lección que se impartía era defensa/ataque. Conviene recordarlo.
Ahora, tantos años después, un adolescente cualquiera, que normalmente
sólo aspira a ser admirado pero que generalmente se conforma con ser
aceptado, sufre las vejaciones de algunos de sus compañeros.
Algunas cosas habrán cambiado. Otras se ve que no. En este caso
concreto, el colegio quita hierro al tema y asegura que el caso “se ha
sobredimensionado”.
¿Sobredimensionado? Claro. Por qué no. Eso sí. Dependerá un poco con qué (otra agresión) se compare.