“Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida creyendo que es un inútil.”
Vivimos tiempos curiosos. Tiempos en los que, para ser respetado profesionalmente, no se espera que seas brillante en algo, sino medianamente competente en todo. Se aplaude más al que se atreve con todo —aunque lo haga mal— que al que destaca de verdad en un campo específico. Esto ha generado una epidemia profesional: legiones de personas empeñadas en aprender a ser lo que no son, renunciando a lo que realmente podrían llegar a ser.
Hablemos claro. Si eres un mono, ¡sé un magnífico mono! Trepa con agilidad, balancea con maestría, domina el arte de recolectar bananas con estilo. Pero por el amor de Darwin, no te apuntes a un curso de técnicas de caza para tigres. No ruges, no cazas y tus garras, bueno… no existen.
¿Te imaginas un zoológico donde el mono invierte todos sus recursos en convertirse en tigre? Ridículo, ¿verdad? Ahora, traslada esa imagen al mundo institucional. No te rías todavía, que esto recién comienza.
En el entorno organizativo actual —y especialmente en el institucional— abunda una figura peculiar: el profesional fuera de lugar. Personas que toman decisiones estratégicas en campos que no dominan, que diseñan programas sin criterio experto y que asignan recursos sin tener ni la menor idea de lo que están haciendo. Son monos jugando a ser tigres, con manuales de rugidos bajo el brazo y diplomas en “fundamentos teóricos del colmillo”.
¿Un ejemplo?
Los ecosistemas de emprendimiento. Un entorno que, paradójicamente, está dirigido por quienes jamás han emprendido, no saben lo que es abrir una empresa, y se marean si se les pone delante una cuenta de resultados. Y sin embargo, diseñan políticas para fomentar el emprendimiento, elaboran estrategias para emprendedores y, lo peor, deciden a quién darle apoyo. Es como poner a un chef que no ha probado jamás un plato a cargo de un restaurante con estrella Michelin.
Pero el problema no se detiene ahí. El mono que juega a ser tigre no está solo. Sabe muy bien que si se rodea de verdaderos tigres, quedará en evidencia. Así que se rodea de otros monos igualmente disfrazados. Juntos, forman consejos, comités, unidades de innovación, think tanks… Todos con una apariencia feroz, pero con una visión en la que el colmillo más afilado es el de Excel.
Este fenómeno genera una cultura de retroalimentación constante donde la falta de conocimiento se enmascara como transversalidad, y la ignorancia como flexibilidad. Así:
Y así seguimos, construyendo sobre arenas movedizas.
Pero ¿no es bueno aprender de todo un poco? Claro que sí, siempre que no pierdas de vista tu especialidad. El problema surge cuando conviertes la curiosidad legítima en una búsqueda frenética de identidad profesional. Cuando en lugar de reforzar tus fortalezas, decides ignorarlas para intentar destacar en campos donde nunca serás competente.
Piénsalo así:
Un futbolista que se entrena para ser portero sin dejar de jugar de delantero probablemente no mejore ni en una cosa ni en la otra. Un mono intentando rugir se convierte, como mucho, en un mal imitador. Pero un mono que perfecciona su salto, su agilidad y su capacidad de observación, puede liderar su hábitat.
Es tiempo de reclamar el derecho a ser excelentes en lo que realmente somos buenos. La obsesión con la multifuncionalidad nos está condenando a una mediocridad estandarizada. Es necesario, urgente y liberador, reivindicar el talento específico, el conocimiento profundo, la especialización bien enfocada.
¿Qué podemos hacer como organizaciones?
Imagina un zoo institucional. En él, un grupo de monos ha decidido organizar un comité de liderazgo felino. Hacen brainstorming sobre cómo cazar ciervos, discuten la importancia de rugir en tiempos de crisis, y planifican el próximo taller: “Cómo ser tigre en 5 pasos”. Lo más alarmante no es que los asistentes sean todos monos. Es que, tras cada curso, se otorgan entre ellos diplomas de tigre profesional. Y el resto del zoo… asiente, calla, y sigue comiendo palomitas.
No hay progreso real en la imitación. Sólo el talento verdadero, bien identificado y bien dirigido, puede transformar instituciones. Así que si eres mono, celebra tu banana, deja de fingir rugidos y ponte a liderar tu rama.