Se suele decir que el poder desvela la verdadera esencia de las personas, pero también es capaz de sacar a la luz habilidades inesperadas, incluso para el propio interesado. Un ejemplo es nuestro antiguo compañero, ahora convertido en responsable de un área de coordinación interna. Este título, cuyo significado real aún es un misterio para muchos (incluido él mismo), no ha sido impedimento para que despliegue una confianza envidiable, aunque superficial. Con una actitud casi mesiánica, responde a todo con la seguridad de quien sabe que el sol saldrá mañana, aunque carezca de evidencias. Parece que el cargo requiere seguridad, aunque esta no esté respaldada por sustancia.
Las conocidas personas corcho tienen una habilidad innata para mantenerse a flote, sin importar cómo cambien las circunstancias organizacionales. Estas personas siempre encuentran el árbol que les proporcione más sombra, adaptando sus ideas y opiniones a las del superior de turno. Lo que ayer defendían, hoy lo contradicen sin reparo, porque su principal objetivo es sobrevivir en el sistema. Su cercanía al poder es casi un arte, asegurándose de no comprometer su posición bajo ninguna circunstancia.
Nuestro amigo, quien antaño destacaba por su flexibilidad y pensamiento abierto, ha encontrado en la burocracia su nuevo credo. Las normas y procedimientos se han convertido en su escudo, y cualquier oportunidad de complicar un proceso es bienvenida. Paradójicamente, el mismo que renegaba del papeleo ahora exige aprobaciones hasta para un pedido de clips. Su mantra es “orden y estructura”, mientras el equipo se ve inmerso en un maremágnum de reglas innecesarias.
Las personas corcho también son maestras del oportunismo. Detectan amenazas potenciales, especialmente cuando estas provienen de compañeros con iniciativa. Nada les incomoda más que alguien dispuesto a proponer cambios, ya que esto podría evidenciar la superficialidad de su propio rol. Hace poco, un compañero sugirió mejorar la comunicación interna para agilizar los procesos, pero la persona corcho fue la primera en bloquear la idea. Alegó que “no cumplía con los procedimientos establecidos” y así logró frenar una posible innovación, todo para preservar su estabilidad.
Ante esta transformación, cabe preguntarse: ¿Cuánto de este cambio es atribuible al poder y cuánto a la falta de preparación? Quizás sea momento de reflexionar sobre cómo las organizaciones podrían formar mejores líderes, promoviendo habilidades como la autocrítica y el desarrollo continuo. El liderazgo no debe limitarse a un rol o título, sino a la capacidad de servir y aportar valor a los demás desde esa posición.
Cuando el liderazgo se convierte en un simple adorno jerárquico, se abre la puerta a la burocracia excesiva, la obediencia ciega y la anulación de la creatividad del equipo. La diferencia entre liderar y ejercer autoridad es significativa, y su impacto en los resultados y la motivación del equipo también lo es.
Un verdadero líder desafía el status quo cuando es necesario y entiende que el poder se ejerce con los demás, no sobre ellos. Un ejemplo positivo es aquel líder que, enfrentado a un proyecto complejo, opta por involucrar a todo el equipo, valorando cada contribución. Este enfoque no solo lleva a mejores resultados, sino que también fomenta un equipo más cohesionado y motivado.
Esta tarea, aunque desafiante, es mucho más efectiva que simplemente seguir procedimientos o aparentar seguridad. Requiere valentía, pero los beneficios tanto para la organización como para el equipo son evidentes.
¿Cómo evitar caer en la tentación de proteger un “carguillo” por encima de todo? Reflexionando constantemente sobre nuestras decisiones y su impacto real. Pregúntate: ¿estás contribuyendo al valor organizacional o simplemente generando más ruido? ¿Estás trabajando junto al equipo o solo buscando asegurar tu posición? Estas preguntas deberían guiar cada acción.
Así llegamos al curioso fenómeno de la persona corcho, que flota en el entorno organizacional con la gracia de un pato: tranquilo en apariencia, pero moviendo las patas frenéticamente bajo el agua para no hundirse. ¿Admiramos su adaptabilidad o lamentamos su superficialidad?
Tal vez el mensaje final sea este: el poder y la burocracia son como un traje prestado. A algunos les queda perfecto, a otros les aprieta, y a unos pocos les queda al revés, creyendo que han marcado tendencia. Si encuentras a alguien más preocupado por su “carguillo” que por el equipo, recuerda: no es un líder, es solo otro actor en el teatro de las apariencias. Y, por supuesto, que nunca nos falte el sentido del humor para sobrellevar el espectáculo.