Diseñe sus estructuras para el avance, no para la mera perpetuación del estado actual, por confortable que este sea.
En el dinámico contexto contemporáneo, donde la innovación trasciende la mera opción para erigirse como un imperativo de supervivencia –un mantra repetido con frecuencia en los círculos directivos–, numerosas organizaciones se enfrentan a una aparente contradicción, ciertamente curiosa: manifiestan una vocación por innovar, mientras operan bajo esquemas estructurales concebidos, quizás con una lógica impecable en su momento, para la gestión de lo conocido, lo repetible y lo estable. Esta situación es análoga a pretender atravesar un terreno inhóspito con un vehículo de alta competición; un ejercicio de optimismo, considerando que, pese a su potencia, no está diseñado para dicho entorno. La estructura organizativa, si no se adapta de manera proactiva y con cierta agilidad mental, no solo resulta ineficaz, sino que puede transformarse, casi imperceptiblemente, en un freno activo para la innovación.
Durante un periodo considerable, el diseño organizacional –otrora considerado un arte de precisión casi matemática– se ha enfocado en la consecución de eficiencia, control y consistencia. No obstante, la innovación, esa disciplina algo más esquiva, demanda atributos opuestos: exploración, adaptabilidad y una colaboración interdisciplinar que, en ocasiones, desafía los organigramas más pulcramente dibujados. La norma ISO 56002, referente de utilidad para quienes buscan sistematizar lo aparentemente caótico, establece con claridad que la innovación requiere estructuras específicas, alineadas con la estrategia general y gestionadas con una autonomía táctica que no siempre es sencilla de conceder.
En este punto, adquieren protagonismo las denominadas estructuras flexibles: mecanismos organizativos diseñados no tanto para sustituir las configuraciones existentes (lo cual podría generar cierta inquietud), sino para complementarlas de forma estratégica. Se trata de capas transversales que facilitan la experimentación, la conexión de conocimientos y la transformación de estos en valor; un proceso alquímico no exento de desafíos. No constituyen elementos ornamentales dentro de la organización, sino infraestructuras fundamentales para la navegación en entornos complejos, donde la brújula tradicional podría no ser suficiente.
A partir del análisis de la documentación pertinente y la observación de la praxis empresarial, es posible identificar cuatro tipos de estructuras organizativas críticas para la activación de la innovación:
Unidades de Gestión de la Innovación (UGIs):
El Componente Estratégico Central (y necesario guardián de las buenas intenciones).
Estas unidades operan como una interfaz estratégica entre la alta dirección y los equipos operativos. Su función principal es articular la vigilancia einteligencia (para evitar sorpresas estratégicas), la gestión de carteras de proyectos de innovación (intentando equilibrar audacia y recursos), la transferencia de conocimiento (ese bien tan volátil) y el fomento de una cultura proclive a la innovación (un objetivo siempre en construcción).
Comunidades de Práctica (CoP):
La Dinamización del Conocimiento Organizacional (cuando la serendipia se organiza un poco).
Estas comunidades surgen, en ocasiones de manera orgánica, a partir de la práctica compartida y el aprendizaje colectivo. Constituyen espacios donde el conocimiento tácito, ese tesoro a menudo subestimado, se explicita y se transforma en un activo organizacional valioso.
Comunidades de Aprendizaje (CoA):
Entidades para la Co-creación de Conocimiento Innovador (donde se aspira a la chispa creativa).
A diferencia de las CoP, enfocadas en el intercambio de prácticas existentes, las CoA persiguen la co-creación deliberada de conocimiento nuevo y, si es posible, potencialmente disruptivo. Operan mediante la aplicación de metodologías como el design thinking, el aprendizaje dialógico y el world-building (conceptos que suenan, cuanto menos, prometedores).
Equipos de Proyectos de Innovación (EdPI):
Unidades de Ejecución Ágil (la caballería ligera de la innovación).
Estos equipos se caracterizan por ser células ágiles, de carácter temporal, y composición multidisciplinar. Su objetivo principal es materializar ideas en acciones concretas mediante ciclos iterativos de diseño, prototipado y validación, buscando resultados en tiempos que desafían la norma corporativa.
La presunción de que existe un modelo estructural universalmente aplicable para la innovación es un error conceptual, a menudo fruto de una simplificación excesiva. El contexto organizacional es determinante.
La adopción acrítica de modelos externos (“copia y pega”), por muy exitosos que hayan sido en otros lares, raramente produce resultados óptimos y puede conducir a una elegante frustración. Cada estructura debe ser diseñada “ad hoc”, considerando la cultura organizacional (ese ente complejo y a veces esquivo), los recursos disponibles (siempre limitados), el grado de madurez en la gestión de la innovación y los objetivos estratégicos perseguidos.
Entre los modelos organizacionales que han demostrado cierta eficacia, se encuentran:
Omitir la necesidad de rediseñar las estructuras organizativas para fomentar la innovación representa un error estratégico significativo, cuyas consecuencias no suelen tardar en manifestarse. Diversos estudios, y la propia experiencia empresarial, indican que las organizaciones que no adaptan su arquitectura enfrentan desafíos como:
Adicionalmente, la mera réplica de estructuras sin una adaptación rigurosa puede interpretarse, con cierta benevolencia, como una manifestación de inercia intelectual o de una comprensión sistémica deficiente. La innovación exige un análisis exhaustivo del entorno antes de proceder a la implementación de soluciones; no basta con cambiar los nombres en el organigrama.
A continuación, se proponen algunas directrices para acometer este proceso, con la debida cautela y determinación:
La innovación no es un fenómeno espontáneo, aunque a veces pueda parecerlo desde fuera, sino el resultado de un diseño organizativo deliberado que le proporciona estructura, dirección y los recursos necesarios. El objetivo no es, necesariamente, descartar las estructuras existentes (que suelen tener su razón de ser), sino complementarlas estratégicamente con nuevas capacidades y flexibilidades.
Cada organización debe identificar un equilibrio óptimo –un arte en sí mismo– entre el control necesario y la creatividad deseable, la estructura que da soporte y la fluidez que permite explorar, la eficiencia operativa actual y la exploración de futuras oportunidades.
La innovación no se fundamenta en la casualidad, sino en un diseño organizativo con propósito, complementado, eso sí, por una dosis necesaria de determinación y, quizás, un poco de audacia bien entendida.
Una organización que aspire a una innovación sostenida debe concebir su arquitectura de manera análoga al diseño de una ciudad del futuro: interconectada, resiliente, adaptable y enfocada en la generación de valor para sus stakeholders. Un ideal plausible, siempre que las estructuras no se conviertan en elaborados pretextos para la inacción, sino en el fundamento sobre el cual se construye, día a día, la innovación.