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Mitxel Ezquiaga

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También pensamos con los pies: ¿es andar otra forma de rebeldía?

En el año que acaba de terminar he perdido diez kilos de peso y me he convertido en un andarín a lo Forrest Gump aunque en lento, claro: ¿para qué correr si puedes andar? Hace meses  escribí aquí un elogio del caminar que aún me siguen recordando los andarines que me cruzo en los paseos:  el footing, o como se llame eso ahora, tiene más literatura que el andar (nunca digas senderismo, please). Los caminantes necesitamos un Murakami que ponga metáforas al asunto.

Una encantadora lectora me manda ahora el enlace de un delicioso blog, de Mar Abad, en yorokubu.com, con reflexiones ilustres sobre las bondades de andar. Lo recomiendo y lo resumo, como un regalo de Reyes para paseantes:

1. Ando, luego existo. Sócrates, en el siglo V a.C., fue un «filósofo caminante». Ya entonces los griegos sabían que los pensamientos brotan más fácilmente al deambular: Aristóteles y sus seguidores, los peripatéticos, paseaban para despertar su intelecto.

2. Caminar hacia el bienestar. El gran Kierkegaard, el pensador existencialista, tan citado por esos otros filósofos que son Faemino y Cansado, escribió una carta a una amiga en la que decía: «Lo más importante es que no pierdas tu deseo de caminar. Todos los días llego caminando hacia un estado de bienestar, y del mismo modo, caminando, me alejo de la enfermedad. He andado hasta mis mejores pensamientos y jamás he encontrado un pensamiento tan pesado que el caminar no pudiera ahuyentar».

3. El pecado de sentarse. Otro pensador ilustre, Nietzsche, decía que «permanecer sentado, sin moverse, es un pecado contra el Espíritu Santo. Los pensamientos más valiosos surgen al caminar». Y las ideas que escribió en ‘Así habló Zaratustra’ proceden de largas horas deambulando por las colinas italianas de Rapallo. «No escribo solo con la mano. El pie siempre quiere escribir también».

4. Pensar en la naturaleza. El hábito de caminar a solas en la naturaleza para escapar del ruido ha sido elogiado por muchos filósofos. No solo por Nietzsche. También lo hicieron Rousseau o Thoreau. El estadounidense se refugió, durante dos años, en una cabaña literaria. Allí escribió ‘Walden’ y desde allí salía cada día, cuatro horas, a caminar por el bosque.

y 5. Los pies no tienen raíces. El francés Le Breton escribió que «los pies no tienen raíces: fueron hechos para moverse. Pero en las sociedades occidentales ya nadie los mira como un medio de transporte. Caminar se ha convertido en una actividad de recreo,como una afirmación de uno mismo, en busca de la tranquilidad, el silencio y el contacto con la naturaleza».

Ya lo saben: además de ejercicio saludable y motor para las ideas, andar es subversivo. Gracias por la luz, Mar Abad. Y feliz año.

P.d. ¿Adivinan quién es el personaje de la foto? No es, por cierto, ninguno de los citados en el artículo.

 

 

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Andar, Mar Abad

La vida, nada más

Sobre el autor

Curioso. Periodista de El Diario Vasco. Presento 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ñoñostiarra, ma non troppo: hay vida más allá de la barandilla. O así


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