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Belén Casado Mendiluce

La psicóloga en casa

Cómo vivir sin juzgar (1ª parte)

                                           

   Siempre me ha gustado este tema por lo que tiene de difícil rozando lo imposible. ¿Quién no emite constantemente juicios en el día a día? 
   Los juicios los diferencio de las opiniones. Puedo opinar: “tal persona habla mucho de política” pero la enjuicio cuando digo: “parece que no sabe hablar de otra cosa”.Las opiniones se acercan más a la realidad de las cosas, tal como ocurren y los juicios llevan el añadido de mi agrado o desagrado, de creer saber cómo deberían ser las cosas. Que sí, que nadie se salva de hablar enjuiciando pero vamos a ver cómo esta actitud tan común nos aleja de los demás y es fuente de innumerables malentendidos.


 
   Cuando enjuiciamos nos erigimos en jueces: esta persona debería comportarse así y no de esta otra, debería resolver sus problemas puntualmente, debería no agobiarse tanto con las cosas. Debería, debería…Qué agobiante ¿no?


 
   Por supuesto que hay comportamientos que no admiten discusión: los insultos, los maltratos, los abusos y todo lo éticamente reprobable. Aquí se opina y se enjuicia con todas las de la ley, aunque yo me reservo el derecho a la duda: ¿Quién en las mismas circunstancias familiares (educación en el odio, falta de afecto) o personales (falta de trabajo o de recursos individuales) no habría hecho lo mismo?
   Y ahora digo algo importante: todos aquellos asesinos, dictadores y maltratadores fueron objeto de abusos en su infancia, esto es indiscutible. Pero no todos los que sufrieron abusos en su infancia desarrollaron también ese comportamiento de adultos. ¿Por qué? Porque hubo alguna persona en su vida que fue un referente de amor y cuidados para ellos, salvándoles de la ignominia.


 
   Vamos a hablar del juicio de andar por casa, ese que hacemos con las personas tan parecidas a nosotros…Cuando los juicios que emitimos están unidos a “deberías” que nos hacen creernos en posesión de la verdad.


 
   Puede ser que sí, que esa persona se obsesione con la política y condicione todas las reuniones de amigos, puede ser que ese amigo nos parezca que va demasiado rápido en su nueva relación de pareja, sí, sí, pero ¿quién soy yo para juzgar por mucho que crea conocerle y que “mire por su bien”? Puede que me sienta con más experiencia de la vida o con más conocimiento sobre algo, pero es el otro y no yo quien tiene que vivir lo que le sucede. Es el otro quien tiene que darse cuenta por sí mismo y no a través de mí porque, de lo contrario, todo aprendizaje que no es personal no sirve de nada, no se aprende nada en realidad.
   Si me resulta agobiante, tengo derecho a quedar menos rato con él poniendo una excusa, pero no vale quejarse enjuiciándole (“es un plasta”). Elijamos cuándo queremos estar con él y el tipo de relación, sólo de copas, por ej. En todo caso, si me pide la opinión y según el grado de confianza podré decirle lo que pienso.


 
   Preocupémonos más de nuestra propia vida y menos de la de los demás, que no es lo que se refleja cuando enjuiciamos, y pongamos límites si hace falta. Enjuiciando la vida de los demás se pierde un tiempo precioso que nos hace falta para nosotros mismos, para prestar atención a nuestra vida.

Continuaremos…Belén Casado Mendiluce


Sobre el autor

Soy Licenciada en Psicología y desarrollo mi trabajo en una consulta privada. Mi vocación desde joven ha sido la psicología, y a través de ella he buscado comprender a los demás y a mí misma. Desde ese trabajo interior, intento que lo que transmito sea un reflejo de aquello en lo que creo y que me sirve a mi. Me siento siempre en búsqueda, abierta a aprender de todo aquello que me haga crecer como persona. Y creo que lo que se vive como vocación no es sólo patrimonio mío sino que puede servir a los demás.


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