Este es el siguiente paso necesario para el cambio. El primero es tomar conciencia seguido de la actitud de no luchar contra uno mismo. Ahora aprenderemos a acoger todo aquello que me produce rechazo de mí.
Acoger es diferente de aceptar. Se suele aceptar con resignación lo que no queda más remedio, pero se acoge desde una actitud de cariño, como quien da la mano al miedo, por ej., y sale a la calle con él; no elimina que me siga sintiendo mal cuando aparece pero dejo de luchar contra él.
Habla internamente con lo que te molesta: “Sí, ya sé que estás aquí, y no me siento a gusto contigo pero te dejo un sitio a mi lado en el día a día”. Hago mis tareas cotidianas como trabajar o relacionarme con la gente y soy consciente de tu presencia porque te siento, pero te dejo estar cerca de mí aunque me incomodes.
Esta es la actitud de no-lucha que ayuda a que lo molesto vaya suavizándose; se está menos pendiente de él y contribuye a que la persona se vaya relajando y propiciando el cambio. Es importante el hacerlo con cariño, no con resignación. El cariño supone no tomar como a un enemigo eso que te molesta; simplemente es una parte de ti que reclama tu atención aunque es normal que no te agrade.
Acoger lo que no te gusta de ti supone también hacerle caso, prestarle atención. No eres indiferente a él como si no existiera –“no, yo no tengo miedo”- y tampoco te metes dentro como una noria que da vueltas, pensando todo el rato en ello. Le tienes en cuenta para dejarlo estar, sin lucha, intentando llevar la atención a lo que estés haciendo en el presente, como leer un libro o salir a pasear.
Todo lo que suponga ser cariñoso con uno mismo y con las propias debilidades, contribuye a serenarse interiormente. La autoestima se ve reforzada porque no rechazo nada de mí sino que soy consciente de todo.
Ser cariñoso no es ser complaciente ni condescendiente sino comprensivo con lo que no se puede eliminar de un plumazo. Y desde esa actitud contribuimos, paradójicamente, a que se produzca el cambio.
Caminaremos….Belén Casado Mendiluce